Estreno

Rigaud y el único final feliz a un triste ocaso

El cineasta José Manuel Serrano Cueto presenta el 23 de mayo en Yelmo Vialia Osario Norte, el documental con el que devuelve la dignidad a un actor que murió olvidado y en penosas circunstancias

Falleció a los 80 años tras ser mal atendido tras un accidente y sus restos están en una fosa común

Jorge Rigaud, en una imagen de archivo.

Jorge Rigaud, en una imagen de archivo. / L. O.

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Dice José Manuel Serrano Cueto, director y guionista, que es «un enorme apasionado del cine y de quienes lo hacen». Que muchos de ellos y ellas, esas personas que tan bien se lo hizo pasar delante de una pantalla, terminen desvaneciéndose por el olvido le entristece profundamente. «Sé que mi tarea es algo quijotesca, pero de alguna manera siento la necesidad de devolverles a estos olvidados todo lo que me dieron, y aún me dan, desde la pantalla», asegura el cineasta gaditana. Mañana estrena en Yelmo Vialia de Málaga (20.00 horas) Osario Norte. Los últimos días de San Valentín, un documental con el que trata de devolverle la dignidad a uno de ellos, el actor argentino Jorge Rigaud, cuyo ocaso fue triste y lamentable.

Rigaud (Buenos Aires, 1905-Madrid, 1984) fue uno de los grandes galanes del cine de su país, habitual colaborador de grandes como Max Ophüls y Rene Clair, que conoció el éxito en nuestro país con El día de los enamorados (1959) y su secuela Vuelve San Valentín, en la que el intérprete, de porte elegantísimo y ojos seductores, encarnaba, claro, al santo del amor. Se terminó afincando en Madrid, enviudó y murió, bastante solo y olvidado por la profesión, casi a los 80 años en penosas circunstancias. «Falleció en un centro asistencial de Leganés después de que le dieran de alta del hospital contra su voluntad tras haber sufrido días antes un accidente de tráfico, en que resultó atropellado por una moto», se puede leer en su entrada en la Wikipedia. Al parecer, en el hospital creyeron que era un mendigo y lo derivaron a un geriátrico. A su entierro fueron no más de diez personas (de la profesión, sólo Alfredo Mayo y Ana Mariscal).

Hace unos años, cuando Serrano Cueto residía en Leganés, descubrió su historia, por mediación del gran intérprete Aldo Sambrell. Así que fue a presentarle sus respetos a su ilustre vecino, Rigaud: ahí descubrió que ninguna lápida recordaba al intérprete y que, en realidad, sus restos fueron depositados en una fosa común tras el impago de las tasas (sólo le sobrevivió una sobrina, residente en París). En ese mismo momento nació el proyecto de Osario Norte, en el que el gaditano (formado en nuestra Escuela Superior de Arte Dramático) ha contado con el entusiasmo y el empeño de dos notables compinches, el productor malagueño Jorge Rivera y el actor Pedro Casablanc.

Rigaud y el único final feliz a un triste ocaso

Serrano Cueto y Casablanc, al colocar una placa conmemorativa en honor de Rigaud en el cementerio de Leganés. / L. O.

Jorge Rigaud es el protagonista, sí, pero, en realidad, el documental resultante de estos años de investigación y entrevistas por parte del equipo habla de algo mucho más amplio: «Rigaud es un pretexto para hablar de lo desmemoriados que somos y de cómo tratamos a nuestros artistas. Y también de una trágica dualidad: el espectador cree que la gente del cine vive muy bien, en general, siempre en alfombras rojas, de fiestas, etc., pero la realidad es que, en no pocos casos, esto no es más que la fachada que esconde situaciones muy precarias», asevera el gaditano.

Ese asunto ya lo abordaba José Manuel Serrano Cueto en su documental, nominado al Goya, Contra el tiempo (revisado y ampliado en un libro homónimo, editado por Applehead Team ). Porque, desgraciadamente, el caso de Jorge Rigaud no es único. «Ha pasado muchas veces. Pero hay que diferenciar bien entre aquellas personas que toman las riendas de su vida, aunque sea para encauzarlas de una manera que al resto no le parezca la apropiada, y aquellas que no lo eligen y acaban solas y de mala manera por la desidia de la propia sociedad. En Contra el tiempo aparece Charly Bravo, que hizo muchísimas películas como actor de reparto y vivía en una pensión y tocaba la guitarra en el metro. Parecía un vagabundo, pero vivía así por decisión propia. Cuando le hablé de participar en esa película, él me dijo que no lo mostrara como un juguete roto porque no lo era, porque él había decidido vivir así. Esto es del todo respetable. El caso de Rigaud, en cambio, no fue buscado», explica el cineasta, quien, en este sentido, se plantea una duda: «Siempre me preguntaré si a Rigaud le hubiera gustado esto que estamos haciendo o habría preferido el silencio y que se quedara todo como estaba».

Le queda, eso sí, una enorme satisfacción a Serrano Cueto: «Me reconforta comprobar que la gente sale de la sala con ganas de buscar películas de él, incluso chavales muy jóvenes. Hizo muy buenas películas en España más alla de las de San Valentín: Los cuervos, Un vaso de whisky, Cerca de las estrellas...». Ése, y no otro, es el único final feliz que puede tener una historia tan triste como la de una estrella que no explotó sino que se fue apapagando entre el olvido de todos.

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