Una de las señales que hicieron pensar a la periodista texana Sarah Hepola que tenía problemas con el alcohol fueron las lagunas. Despertarse en la cama de un desconocido sin recordar los pasos que la habían llevado allí podía ser muy traumático. «Muchos síes de viernes por la noche se convertían en noes los sábados por la mañana. Mi lucha contra el consentimiento estaba dentro de mí», señala.

Hepola, que desde chiquitina adoraba el sabor del traguito de cerveza con el que su padre le permitía a veces mojarse los labios, creía que las lagunas eran moneda común. Hasta que salió del engaño. Por supuesto, beber formó parte de los signos externos que proclamaban su condición de mujer libre. Luego, mediada la treintena, se convirtió en un problema, sobre todo cuando la borrachera implicaba supuesto consentimiento sexual. Ahora, la autora de 'Lagunas' tiene 44 años, lleva diez seca y, con mucho humor pero también abriendo numerosos canales de reflexión, expone su experiencia. Para limpiarse por dentro y por si su inteligente anamnesis puede servir de ayuda.

«Bebía para ahogar esas voces [dentro de la mente] porque deseaba tener la valentía de ser una mujer sexualmente liberada. (...) Bebía hasta llegar a un lugar en el que me daban igual, pero me despertaba siendo una persona que se preocupaba mucho. «El alcohol es una droga contra la soledad (...) Nadie era un intruso. Cuando bebíamos, todos nos llevábamos bien, como si la sensación de pertenencia, ese polvo mágico, se hubiese rociado sobre aquel aparcamiento».

Además, como en otros escenarios mundanos, ser hombre o mujer marca toda la diferencia. Ya lo dice Hepola: cuando un hombre está borracho hace cosas; cuando es una mujer la que está en ese estado, se las hacen a ella.