Hay voces que nada más escucharlas se te clavan en el alma. Uno no sabe muy bien qué mecanismos se ponen en marcha cuando esto sucede, pero cuando ocurre, una cosa es segura: no vuelves a ser el mismo de antes. Acariciar el interior más profundo del público no está al alcance de cualquier artista. Y no abundan los cantantes que puedan llegar tan lejos. Janis Joplin admiraba a esos intérpretes que "con dos notas son capaces de hacerte sentir que te han contado todo el Universo". Hablaba de Bessie Smith, Odetta, Big Mama Thorton y Billie Holliday, sus grandes referentes. Lo que ella no imaginaba, al menos en sus inicios, es que su garganta pertenecería a ese selecto grupo de cantantes capaces de zarandear las vidas de sus oyentes. Su forma de cantar, arrolladora como un tren de mercancías, dejó una enorme hendidura en el mundo del rock de los años sesenta y su legado sigue siendo hoy en día, cuando se cumplen 50 años de su muerte, la luz que ilumina el camino de cualquiera que desee subirse a un escenario. Porque Janis Joplin fue mucho más que esa chica menuda de Port Arthur (Texas) que dejó atrás a su familia para abrazar la escena musical San Francisco y convertirse en la primera superestrella femenina del rock, un género que hasta el momento era coto exclusivo de hombres. Janis fue un alma creativa y atormentada que volcó en sus actuaciones todo el amor y el dolor que experimentó en sus breves 27 años.

La recién editada biografía de la cantante, firmada por la prestigiosa periodista musical Holly George-Warren, detalla el tortuoso camino que Joplin debió recorrer hasta alcanzar el éxito. A través de las cartas que la propia cantante escribió a sus padres y hermanos, testimonios de sus familiares y compañeros y otros muchos documentos hasta la fecha desconocidos, este volumen desvela la compleja intimidad de la cantante y por fin ofrece un completo relato de su vida a la altura de su importante papel en la historia de la música. El dolor, causado por distintas razones, siempre fue el compañero de viaje de Janis. Desde muy pequeña experimentó rechazo y humillación: la expulsaron del coro del colegio por no acatar las normas; fue señalada por sus compañeros de clase por su aspecto físico, su forma de vestir y su corte de pelo, y la llamaron "amante de los negros" por posicionarse en contra de la segregación racial. Criada en ese opresivo ambiente, decidió marcharse a San Francisco para dar rienda suelta a su gran pasión: la música. Primero se unió a la Big Brother and the Holding Company, banda con la que actuó en Monterrey y editó dos álbumes. Luego llegarían la Kozmic Blues Band, junto a la que deslumbró a los 500.000 asistentes a Woodstock, y la Full Tilt Boogie Band, con la que grabó 'Pearl', su disco póstumo. La distancia y el reconocimiento no le aportaron alivio alguno. Janis siempre anheló encajar en su familia, encontrar pareja y ser querida, y la vida le fue dando todo (libertad, fama, dinero, amantes€) menos lo que realmente quería. Buscó calma en el alcohol, el sexo y las drogas, aunque su único sedante era el escenario, donde no se guardaba nada. En su voz confluían todos los sentimientos del mundo: dolor, miedo, sexualidad, inseguridad, amor, tristeza, felicidad, gozo, éxtasis, regocijo, incertidumbre, pasión, cólera, rebeldía..., y sus aullidos todavía tienen el poder de conmover a quienes la escuchan. Antes de que un mal viaje de heroína se la llevase el 4 de octubre de 1970, Janis Joplin ya se había convertido en el tipo de cantante que admiraba. La 'dama blanca del blues' es hoy una leyenda, nadie lo discute, pero no deberíamos olvidar que para lograrlo se dejó la vida en ello.