Las losas de la vida

Ángeles Caballero levanta en ‘Los parques de atracciones también cierran’ una noria de emociones

Tino Pertierra

«Allá por mayo o junio como muy tarde la casa entraba en una nueva fase de criogenización gracias al aire acondicionado, tu invento favorito de todos los tiempos. Fue tu regalo de boda cuando me casé. Viniste al que iba a ser mi nuevo hogar y me dijiste: ‘En este último piso os vais a asar. Os regalo el aire’». (Pagina 18).

Podría Ángeles Caballero ponerse «pomposa y profunda y explicar las mil y una motivaciones que me han llevado a escribir ‘Los parques de atracciones también cierran’, las referencias culturales que me han traído hasta aquí, los espejos en los que me he mirado, pero estaría mintiendo. Nace del amor a mi familia y a todos aquellos que me han acompañado durante un tiempo muy concreto de mi vida, esos más de cinco años en los que cambiaron los roles y la pequeña de la casa se convirtió en la cabeza de familia, y pasé de ser hija a madre de mis padres»

Y nace también «del narcisismo, de la necesidad de contar y de que alguien pueda sentirse identificado con esa época por la que han pasado y pasarán muchos. De esa vanidad que procuro tener contenida pero que calienta el ánimo cuando alguien te dice: ‘Has puesto palabras a todo lo que yo también he sentido’. De la urgencia de la catarsis, de soltar lastre y sentimiento de culpa cuando la enfermedad y la vejez llegan al hogar en el que una se ha criado y las analíticas y las salas de espera lo fagocitan todo. De decir: ‘Hicimos lo que pudimos, y no estuvo mal del todo’. Y dar las gracias y decir que vendrán otros y lo harán mejor, pero también infinitamente peor».

Ha escrito las páginas de su libro «muchas veces en mi cabeza, pero sólo ahora he sido capaz de teclearlas de verdad. Cuando ha pasado tiempo, cuando el duelo brota solo de vez en cuando, cuando hay muchas más luces que sombras. Cuando he llorado más de risa que de pena y cuando he tenido la seguridad de que haciéndolo no le dolería a nadie. Porque en cada familia hay cientos de cosas por contar, pero una sabe qué guardarse dentro. ‘Qué necesidad, Mari’, diría mi madre, por lo que no he querido compartir con los lectores. Bastante me he desnudado ya en este parque de atracciones».

Ha procurado «ser honesta conmigo misma, no hacerme trampas. Plasmar en cada párrafo el mismo estilo en el que estaría contando esta historia en la barra de cualquier bar con alguien que me diera cuartelillo. Es un lenguaje coloquial, ligero, sin solemnidad, que son adjetivos que yo aplico a mi forma de afrontar la vida. Con poca épica pero con mucho sentido del humor, ese arma infalible para esquivar las lágrimas y también para tapar carencias».

Ha sido un regalo cuidar a sus padres, «como lo es poder haber tenido tiempo para escribir este libro». Y ahora, un deseo: «Espero que les guste». Pasen y lean.

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