Ernest Hemingway: «Todo eso del simbolismo son gilipolleces»

 En ‘A propósito de la escritura’ el Premio Nobel desvela los secretos y cualidades que debe tener todo buen escritor

Ernest Hemingway.

Ernest Hemingway. / L. O.

Ernest Hemingway amaba la escritura por encima de todo, o de casi todo; amaba escribir, aunque no tanto hablar de sus escritos. Decía ser remiso a esto último pues albergaba la certidumbre de que traía mala suerte, «es como quitarle a las mariposas lo que tiene en las alas», decía. Pero, casi sin querer, habló y escribió mucho acerca del proceso de escribir, de las cualidades de un escritor, de su naturaleza misma. El también escritor y amigo de Hemingway, Larry W. Phillips seleccionó y recopiló muchos de esos escritos y los convirtió en un libro: ‘A propósito de la escritura’ que ahora edita Elba. Aquí está el pensamiento programático de Hemingway. Son fragmentos de escritos de diversas obras suyas y otros procedentes de sus cartas donde el escritor se expresa con bastante llaneza y espontaneidad, incluso con cierta rudeza, como cuando le escribe a Bernard Berenson acerca de ‘El viejo y el mar’: «Un secreto. No hay simbolismo. Todo eso del simbolismo del que habla la gente son gilipolleces».

Este libro contiene, por tanto, esas reflexiones del autor acerca de la naturaleza del escritor y de los elementos que conforman su vida, incluidos consejos precisos y útiles referentes al oficio de escribir, hábitos de trabajo y disciplina .

Lo hace en textos propios y en cartas que dirige a sus amigos y conocidos escritores o editores como Scott Fitzgerald, Johnn Dos Passos, Sherwood Anderson o Willian Faulkner. Lo hace casi siempre con esas opiniones contundentes y juicios rotundos propios de su fuerte personalidad.

Su mayor amistad, desde los años de juventud en París, fue con Scott Fitzgerald, aunque no exenta de problemas y complicaciones. Hemingway le recriminaba que escribir fuese prioritario para él sólo cuando necesitaba dinero, que hiciese de la literatura algo solemne o que no terminase muchos de sus escritos. Le escribe para decirle: «cuando estás en el peor momento, en el de máxima impotencia, es cuando debes seguir pues con una novela lo único que se debe hacer es seguir hasta el final».

Admiraba a Faulkner, «tiene más talento que nadie, lo único que le falta es una especie de conciencia de la que carece. Escribe maravillosamente bien, con la sencillez y complicación del otoño o la primavera», Pero aún así le escribe para darle lecciones de escritura y reprocharle que quiera aspirar a lo máximo y ser como Dostoievski desde el primer asalto: «gana primero a Turgenev; luego púlete a Maupassant; después prueba a llevarte por delante a Stendhal. Tanto tú como yo podemos ganar a Flaubert que es nuestro maestro más respetado y honrado, pero para ello hace falta aceptar la orden de un batallón cuando es dada», dicho de otra forma, hace falta disciplina.

Pero lo más preciado y enriquecedor de este libro son los textos en los que el escritor habla de sus «obsesiones» como escritor. Su obsesión es la tarea bien hecha; escribir la palabra y la frase exacta para describir con realism, para contar las cosas de forma más real que la propia realidad.

Para ello es fundamental conocer las cualidades del escritor. «En primer lugar, tiene que haber talento, mucho talento. Talento como el que poseía Kipling. Luego tiene que haber disciplina. La disciplina de Flauber Pero el don más esencial de un buen escritor es llevar integrado un detector de gilipolleces a toda prueba».

Su regla de oro es escribir sobre lo que conoce y domina y construir historias partiendo de lo que uno sabe, no de algo inventado, historias que sean más verdaderas que las que son verdad; porque la invención es una cosa excelente, «pero no puedes inventar nada que no pasaría de verdad». Y se explica con sobriedad: «Si las historias que escribes son tan reales que las gentes se las cree; si consigues eso es que estás empezando a llegar a lo que intentas hacer, que es que la historia sea más real que cualquier realidad y que ésta entre a formar parte de la experiencia del lector y de su memoria. La imaginación esencial. Si consigues imaginar lo más verazmente posible, la gente creerá que las cosas que relatas le sucedieron a él y que lo que escribes es una crónica». Esa era su máxima, su regla de oro, buscar, como Flaubert, la palabra exacta, la frase más real para hacer que la historia que cuentas sea tenida como verdadera, siendo inventada.

Para ello, ademas de esas cualidades de talento y disciplina, el escritor tiene que ver y escuchar. «Cuando la gente habla, escúchala con toda tu atención, no estés pensando en que vas a decir tú»; además, intentar crear gentes que vivan, «gentes, no personajes»; no juzgar, solo comprender, y por ultimo, superar la mayor dificultad para escribir que es saber «trasladar al papel un hecho, encontrar aquello que te provocó emoción, la acción que causa tu excitación».

Esa sensación se la dio ‘El viejo y el mar’, del que se sentía tan satisfecho. «Esta es la prosa para la que he estado trabajando toda mi vida El viejo y el mar. Una prosa que debe leerse fácil y sencillamente y que parezca corta a pesar de contener todas las dimensiones del mundo visible y del mundo del espíritu de los hombres. Es la mejor prosa que puedo escribir hoy».

Hemingway habla también de su famosa teoría del iceberg, de aquello que hay que saber dejar fuera. Su premisa consiste en elegir las palabras exactas para contar una historia de la forma más concisa posible. Ello requiere que el escritor conozca lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, de esa manera puede omitir parte de un relato a condición de saber muy bien lo que omite, dejando al lector la sensación de que hay más de lo que se ha dicho. Su clave de bóveda, por tanto, es el estilo, pero éste debe estar sostenido sobre una buena historia. Y entre esas buenas historias está la guerra. «La guerra es mala, pero es muy difícil escribir sobre ella con veracidad. Es muy provechoso para un escritor haber tenido una experiencia bélica. La guerra es la mejor temática de todas. Reúne el máximo de material y saca a relucir todo tipo de cosas para las que haría falta esperar toda una vida».

Una auténtica escuela de escritura de alguien que afirmaba que «ya he hablado más de lo que debe hablar un escritor. El escritor debe escribir aquello que quiere decir, no hablar de ello».

Pues eso.

«Todo eso del simbolismo son gilipolleces»

Portada de 'A propósito de la escritura'. / L. O.

Ernest Hemingway

  • A propósito de la escritura
  • Editorial: Elba
  • Traducción yepílogo: Clara Pastor
  • Precio: 21,00 €