EL PARNASO

Javier Gilabert: el don de los asombros

Es ‘Todavía el asombro’, el homenaje póstumo a quien ha sido uno de los poetas referentes de Gilabert, Rafael Guillén, y a él dedica el libro, in memoriam

Javier Gilabert

Javier Gilabert / La Opinión

José Antonio Santano

José Antonio Santano

Dejó escrito el gran poeta almeriense Julio Alfredo Egea (Chirivel, 1926-Almería, 2018), en el frontispicio de su libro ‘Los asombros’: «La poesía es siempre traducción de los asombros, de ir a lo largo del tiempo descubriendo las cosas, los seres y la vida». También su compañero de generación, Rafael Guillén, escribe desde el misterio y el silencio: «Aquel silencio / anterior al origen de los mundos / no era silencio: era / la nada». En ambos poetas andaluces, el tiempo, lo desconocido y el silencio fueron pilares sobre los cuales sustentaron su grandiosa poesía, plena de matices y cadencias, de los instantes de asombro, esa realidad capaz de transformar y transformarse ante la mirada del poeta. Lo que viene a ser en otros poetas más jóvenes, como es el caso de Javier Gilabert (Granada, 1973), con su libro ‘Todavía el asombro’, merecedor del XV Premio de Poesía Blas de Otero-Ángela Figuera y publicado por el sello editorial El Gallo de Oro. Con anterioridad, Gilabert ha publicado: ‘PoeAmario’ (2017), ‘En los estantes’ (2019), ‘Sonetos para el fin del mundo conocido’ (2021), junto con Diego Medina o ‘Bajo el signo del Cazador’ (2021) junto con Fernando Jaén. Además, ha sido antólogo y coeditor de ‘Versos al amor de la Lumbre’, ‘Para decir amor, sencillamente, homenaje a Rafael Guillén.

Es ‘Todavía el asombro’, el homenaje póstumo a quien ha sido uno de los poetas referentes de Gilabert, Rafael Guillén, y a él dedica el libro, in memoriam. Mucho tiene, pues, este libro de meditación profunda, de ahondar en las cosas y en el ser humano y su relación existencial con la realidad circundante; con lo desconocido, porque es en esa búsqueda donde el poeta se encuentra consigo mismo, observa el mundo y lo traduce desde el silencio. Gilabert ha construido un monumento poético extraordinariamente vivaz, coherente, donde la brevedad del poema se hace esencia pura, transparente, luminosa, y la palabra brota de la nada hacia el infinito, creando así un universo tan distinto como verdadero.

El asombro es la clave, y así Juan A. Carreño escribe en el prólogo: «De ahí que sea el asombro un concienciarse, un encarnar el misterio rasgado por el tiempo. Pero un tiempo que es tan sólo luz y aire que inician su andadura en la experiencia intacta de los dones». Abre el libro una cita acertadísima de Cayo Valerio Catulo y a partir de ella se registrarán elementos como La voz («El poema es el centro del lenguaje / y en su giro hay esquirlas de palabras / que se arrojan al tiempo por la fuerza / generada en la voz de la que brota», el instante, («es el centro del poema») y el asombro «es la carne del instante», para concluir con que «Del asombro al asombro va el poema». La voz, el instante, la luz y el asombro constituyen (con 13 poemas cada apartado), con la coda final, el esqueleto de este poemario de un rigor y coherencia envidiables. Nada se le escapa al poeta, ahondando así en la experiencia vital para comunicar, desde la búsqueda misma del misterio y la luz, la emoción que haga brotar en el lector ese temblor ascendente, capaz de conmocionar, de inferir en él, una explosión de sensaciones. Gilabert ha sabido transmitir, como dice el gran poeta sirio Adonis (‘Sufismo y surrealismo’) que, «la verdad está en lo enigmático, en lo oculto, en lo infinito», que «la verdad no proviene de fuera, sino de dentro, de la experiencia vital, del amor y de la comunicación activa con las cosas y con el universo». El poeta necesita abismarse, caer en el precipicio del lenguaje, sucumbir ante el descubrimiento de otras realidades, del propio asombro, y escribe: «Sucumbir al asombro en el detalle, / volver a ser el niño / dispuesto a descubrir / lo bello que se esconde / tras las pequeñas cosas». Surge así la necesidad de la búsqueda, de observar desde dentro del propio silencio, del vacío hasta el instante mismo del descubrimiento de lo desconocido y misterioso: «Ojos, los del asombro. / Ojos, los del instante. // Has de mirar el mundo con unos ojos nuevos: // la perspectiva aúna / lo inmensamente bello de lo simple». Es, pues, la mirada del poeta que medita más allá de lo puramente visible para comprender el mundo que le rodea, participando de su experiencia vital al lector con esa luz de quien sabe que todo, absolutamente todo en la vida, es como un don de los asombros, la claridad que viene del cielo: «El umbral de la luz es un camino /que se ha de recorrer con valentía. / Basta saber mirar sin la mirada / para adentrarse en él / y ser consciente / de que conduce siempre al interior. // Deambulo entre ese umbral y las estancias». Recorrer ese camino para Javier Gilabert no es sino apoyarse en la palabra para expresar cuanto acontece en su vida, que es también la vida de los otros, esa que transcurre con sencillez, sin alboroto o ruido. La palabra lo es todo, su voz el mundo entero traducido a escritura, ese acto solitario en el cual el silencio se anuncia por doquier y se renueva a cada instante, en cada sílaba y en cada poema: «Si el poeta conserva la mirada / del niño que descubre / el mundo con sus juegos, / y aprende a reflejarla en las palabras, / tendrá ante sí la esencia del poema».

‘Todavía el asombro’ concluye con un poema, Coda que Gilabert dedica a María y sus hijos y un epígrafe de Marco Valerio Marcial: «Ni temas ni desees la muerte», del que sustraigo algunos versos: «Lo duro de vivir es no tener / las cosas que queremos al alcance: / un simple atardecer, esa persona. (…) El tiempo es erosión y el resultado, / el poso que los días sedimenta, permite separar oro y mercurio. (…) Lo amargo por llegar ha de escribirse; tan sólo es posesión la vida ahora». ‘Todavía el asombro’ es un edificio sólido, magistralmente ensamblado, desde la brevedad y hondura de los poemas, pasando por las extraordinarias citas (Berkeley, María Zambrano, Tomás Hernández, Rafael Guillén, Unamuno o San Agustín) y el deslumbramiento de la palabra en un vuelo que alcanza la nada y lo absoluto. Un libro, en definitiva, que sitúa a su autor, Javier Gilabert, entre los poetas más sugerentes y notorios de la poesía española actual.

Todavía el asombro

Autor: Javier Gilabert

Editorial: El Gallo de Oro

Precio: 14,25 €

Páginas: 108