Editorial Salamandra

Salter, el viajero agudo

El mítico novelista norteamericano compiló sus experiencias viajeras en un delicioso volumen

James Salter

James Salter / L.O.

Jose María de Loma

Jose María de Loma

James Salter (1925-2025) fue un grande de la literatura estadounidense. También ejerció como piloto de combate durante doce años y fue militar de carrera. Una vida pródiga y aventurera, reposada después por la literatura y la escritura de guiones cinematográficos que en ocasiones devinieron en inolvidables películas.

Sus primeros manuscritos fueron rechazados por editores seguramente mediocres o de poca visión. Una de sus obras más célebre es Años luz, donde indaga en la aparente vida placentera de un matrimonio para ir desgranando con una escritura protéica cómo la relación va agrietándose poco a poco. Cómo los problemas menores se tornan en grandes, como la vida y la rutina van carcomiéndolo todo. Pero Salter fue también un viajero que tomaba notas, un reportero, un observador agudo y juicioso. Ahora, por primera vez en España, se publica, con traducción de Aurora Echevarría este libro que él mismo preparó. No es la compilación de un estudioso, son los textos que él eligió para configurar una visión del mundo. Colorado, Hollywood, París, Japón, los cementerios, las lujosas periferias acomodadas, son muchos los lugares que desfilan ante los ojos de Salter que con una mezlca de sociología, experiencia personal, indagación psicológica y briznas de humor nos traslada a los sitios que él visita. Por ejemplo, en el capítulo El canto de sirena, Salter nos lleva a un pequeño pueblo francés del suroeste: Lectoure. «Desprendía una dignidad que parecía apropiada». Allí, algunos topónimos le son difícil de pronunciar: «Los franceses en general ponen cara de total incomprensión si se pasa por alto hasta el menor diptongo». En Lectoure se pregunta por la célebre paradoja francesa: cómo es que hay tan pocos infartos entre gente que ingiere tanta grasa y que fuma: «En Francia todo el mundo fuma». Tal vez sea por el vino, que contrarresta al foie, se pregunta. Al igual que se preguntan todavía hoy, por cierto, los cardiólogos. Salter admira, no siempre juzga. Mira. Enriquece el paisaje con su mirada. Escapa de la descripción obvia y de los sitios trillados pero no es previsible cuando de determinados lugares se trata. Por ejemplo, con los cementerios parisinos. Por ellos pasea como un turista no ante una monumentalidad y sí ante el tiempo y su fugacidad. Salter y su acompañante suelen preferir casas a hoteles y de cómo las consigue nos da también cuenta, dejando a veces al casero o casera caracterizado psicológicamente con dos adjetivos. También le pasa con las ciudades. En Trevéris, localidad natal de Karl Marx, «no hay glamour ni ajetreo». «Desde la época de Constantino, cuando tenía ochenta mil habitantes, no ha cambiado ni la escala ni el entorno». Eso, antes de desconfiar de la supuesta túnica «verdadera» de Cristo, «que se exhibe en la ciudad cada diez o doce años». 

En otros lugares

  • James Salter
  • Editorial: Salamandra
  • Traducción: Aurora Echevarría Pérez
  • Precio: 19,95 € 

Salvando todas las distancias, que son casi insalvables, James Salter recuerda en algunos párrafos a los escritores románticos escribiendo sobre España. O a Cela en sus andanzas no solo por la Alcarria, también por toda la península. La de Salter es una crónica de viajes trufada de reportaje. Incorpora datos y testimonios como lo haría un periodista, pero emite juicios de viajero profesional, de escritor incisivo. Particularmente interesante resulta ese tono elegiaco y confesional que emplea en determinados momentos. Hay ternura y gracejo y la combinación de experiencia personal y observancia resulta imbatible. No es que se conmueva con una catedral, que también, es que lo enlaza con su propia experiencia, sentimientos, etc. No hay cursilería ni empalago. Algunos capítulos pueden hacerse largos pero la tónica general es que saben a poco. Salter no data (¿a propósito?) algunos de los capítulos. No sabemos si estamos en los ochenta o en los dos mil. No se precisa cuándo está realizado el viaje y su crónica. Pero esa atemporalidad acaba beneficiando al volumen, destinado a no pasar de moda.