Editorial Alfaguara

Luis Mateo Díez: la imaginación viva

‘El amo de la pista’, la última novela del reciente Premio Cervantes, es un prodigio de imaginación y de lenguaje, una obra brillante habitada por unos personajes absurdos metidos en una absurda trama

Luis Mateo Díez.

Luis Mateo Díez. / L.O.

Imaginar. Ese es el verbo, la razón y la causa. Imaginar. El diccionario de la Real Academia, en su tercera y cuarta acepción dice de imaginar, respectivamente, «inventar o crear algo» y «concebir algo con la fantasía». Y eso es suficiente, con eso basta para armar una novela y convertirla en un agradable entretenimiento, en una narración que avanza decidida, luminosa, brillante, basada fundamentalmente en la imaginación. Y así lo expresa Cirro Cobalto en un párrafo un tanto críptico de la página 119, un párrafo que nos lleva a eso tan cervantino (muy al caso de Luis Mateo Díez viene el adjetivo) como la novela en la novela: «No era eso -me recriminó Cirro, que me había sacado de la Pensión Estepa, cuando ya Osmana se disponía a echarme, probablemente no de modo muy distinto a como lo había hecho mi tío Romero de su casa-. No tienes ni la menor idea, no lo pillas. Pensé que te valías mejor por ti mismo, otro aviso, otra ocurrencia en consonancia. Hay que tener la imaginación viva, igual que cuando lees una novela». Así hay que leer esta obra, «con la imaginación viva».

Esta es, también, una novela de personajes. Y el personaje principal, el esencial, el único del que no se puede prescindir en ningún momento es el lenguaje.

Pero vayamos por partes.

‘El amo de la pista’ la última novela del reciente Premio Cervantes, Luis Mateo Díez, es un prodigio de imaginación. No es esto ninguna novedad. Es algo a lo que este autor nos tiene acostumbrados desde su ya lejana irrupción, a principios de la década de los 70 del siglo pasado, en el panorama literario español.

Esta novela es muchas cosas. Fundamentalmente lo ya expresado, un ejercicio extraordinario de imaginación. En segundo lugar, una novela de personajes. Es la novela de un pícaro (o de varios) pero no una novela picaresca. No cumple, a conciencia, con toda la intencionalidad, con los cánones del género (no hay origen infamante, no hay deseo a toda costa de dejar atrás ese origen…). Es la novela contada en primera persona de un personaje, Cantero, desorientado, vago, sin voluntad, ‘un piernas’, (como se diría en el lenguaje de Luis Mateo Díez), que vive a salto de mata bajo la tutela, o mejor, a merced, de un tipo extraño, oscuro, oculto, enigmático, llamado Cirro Cobalto, que lo enreda en una serie de situaciones misteriosas, insólitas, indefinidas… Y en una situación similar a la de Cantero orbitan otros personajes, como Denís, Lombardo, Osmana, «las moscovitas»… Unos personajes absurdos metidos en una absurda trama que no sabemos cuál es. Se advierte todo el tiempo de peligros, de sucesos inminentes que no acaban de suceder. La historia de un piernas y la de un pícaro, Cirro Cobalto, pero un pícaro sui generis, porque no es siervo, sino amo.

Luis Mateo Díez traza un paisaje extraño. Es un mundo como de la España de posguerra, un mundo que ya no existe pero que el autor retrata con maestría, lleno de curas, de huérfanos, de medio pensionistas. Un mundo de gente que va de bar en bar (horribles tabernuchas de hampones, locales desvencijados y de paso), que vive en pensiones siniestras gestionadas por siniestras caseras… Un mundo en el que la supervivencia es para los espabilados.

El amo de la pista

  • Luis Mateo Díez
  • Editorial: Alfaguara
  • Precio: 18,91 € 

Como decimos, el paisaje y el paisanaje reflejan un tiempo ya pasado (pero no recordado, imaginado), pero ese tiempo está también y sobre todo en el lenguaje. Baste para ello un ejemplo tomado de la página 71: No hay quien te aguante -solía afearle mi tía Calacita, que se había acostumbrado a dar portazos cuando se movía por la casa y mi tío Romero advertía que le dolía la cabeza-, y así te las ves y te las deseas. No es que te vayas a caer, es que del suelo no pasas, qué incordio y qué circunstancia, qué poco hombre para tan poca mujer, Dios nos asista». Es una retahíla de frases hechas pero sin un sentido concreto, sin una dirección y que, contra todo pronóstico, significan, expresan. Esa es la grandeza de Luis Mateo Díez, su modo de utilizar el lenguaje, su manera de convertirlo en el personaje más vivo, más fecundo, más luminoso de la novela. Se deja uno atrás la historia (que no lleva a ninguna parte, que no tiene por qué llevar a parte alguna) y se queda atrapado en el lenguaje, en su brillantez, en su ritmo, en su musicalidad, y con eso le basta para que la novela tenga sentido, alma y cuerpo.

‘El amo de la pista’ es, finalmente, una novela sin argumento. El lector irá tratando de descubrirlo pero se encontrará con elipsis constantes provenientes de unos y otros personajes, que aluden a sucesos, asuntos, momentos que jamás llegarán. Lo expresará uno de ellos al final de la obra, cuando diga: «Es que de todo lo que me cuentas, y ya llevas mucho tiempo haciéndolo, tanto que parece una novela nada fácil de creer, no acabo de enterarme bien. O son verdades a medias o mentiras piadosas. O te lo inventas. Me tienes con el alma en vilo. Al final, ni se sabe lo que os traíais entre manos ni si hubo acontecimiento alguno. Todo parecen imaginaciones tuyas». Lo dicho, pura imaginación.