Franciscano de La Coruña, Santiago Agrelo está al frente del Arzobispado de Tánger, una plaza difícil que ocupa casi toda la extensión del antiguo protectorado español. Los problemas de la inmigración, las relaciones con los musulmanes y la atención de la exigua comunidad católica (unos 2.500 fieles) centran la labor de este prelado, que ha estado recientemente en Málaga dirigiendo unos ejercicios espirituales.

–¿Conocía algo de Marruecos cuando le nombraron arzobispo de Tánger?

–Llegué sin experiencia en el mundo musulmán, pero con toda la disposición para aprender de los que estaban allí y adaptarme. Con el tiempo he tomado conciencia de las cosas que funcionan y las que no. El problema más importante que tengo es la lengua –el árabe–, que no conozco y que, ya por la edad, no voy a conocer. Eso me dificulta el contacto directo con la gente. Me tengo que limitar a los gestos, las sonrisas o el saludo.

–¿Cómo vive un religioso católico en un país musulmán?

–Mi presencia como obispo no significa mucho para el mundo musulmán. Me reconocen más como europeo que como cristiano. También es verdad que en Tánger visto con ropa de calle. Para la vivencia de mi fe no encuentro obstáculos, es más, mi fe está favorecida por vivir en otra cultura y eso me ayuda a identificarla mejor. No tengo trabas legales para tener una vida normal. Lo único que está vigilado con escrúpulo es lo que ellos llaman proselitismo. Si hablas con una persona sobre tu fe no hay problemas, pero no se puede hablar a un grupo de personas.

–¿Hay muchos subsaharianos en Marruecos a la espera de llegar a Europa? ¿Cómo viven?

–Cada vez atendemos más a los llamados ´clandestinos´, los subsaharianos que quieren viajar a Europa y no tiene derechos reconocidos. Estos viven en una situación cruel. La mayoría vive a la intemperie, en los bosques alrededor de la frontera con Ceuta y no tiene nada. Al menos los varones tienen alguna posibilidad de defenderse, pero la situación de las mujeres es terrible. Están esclavizadas o con la prostitución como única forma de supervivencia en su camino a Europa e, incluso, cuando llegan.

–Y luego están los niños.

–Los niños son, como siempre, los que más sufren. No reciben formación, ni están reconocidos y muchos son víctimas de la explotación sexual. Incluso son usados por los propios inmigrantes como su puerta de entrada a Europa, aunque no se les puede culpar porque todos son víctimas.

–La crisis económica ha frenado el flujo migratorio.

–Los inmigrantes son conscientes de la situación que hay ahora en Europa con la crisis y que la situación aquí está más difícil, porque llegar es sólo una etapa más de un camino muy penoso para buscar una vida mejor. Ahora los inmigrantes se muestran más abiertos a plantearse el retorno.