Cuestión de cantidad o de calidad. Una vez más, la eterna diatriba que afecta a tantos ámbitos de la vida. A cualquiera. También a la educación. De nada parece que sirve esta montaña de deberes que los niños españoles tienen que hacer cada día cuando ese ingente trabajo no se traduce en unos buenos resultados académicos. España lidera por fin una clasificación de la OCDE, pero en vez de servir para que nos sintamos orgullosos deja en evidencia las carencias de un sistema caduco y falto de innovación pedagógica. Según el último informe PISA, los estudiantes españoles son de los que más tareas tienen que hacer en casa, mientras sus notas están lejos de los primeros puestos.

Este estudio, que se utiliza de referencia para absolutamente todo en la educación, destaca que los estudiantes españoles de Secundaria dedican 6,5 horas de tareas a la semana frente a una media de 4,9 del resto de países. Sólo los polacos, irlandeses, italianos y rusos llevan más peso en sus mochilas, de un total de 38 países analizados. En el lado opuesto se sitúan... Finlandia. ¡Cómo no! y Corea del Sur. Sus alumnos son los que menos trabajo se llevan a casa y los que, sin embargo, sacan mejores calificaciones escolares. Algo falla sin lugar a dudas. Ambos países son los que menos cargan a sus alumnos con tareas escolares. Sólo 2,7 horas semanales, menos de la mitad que en España. Y continúan en una dinámica para reducirlos aún más. Una hora desde 2003.

La agenda de los niños está saturada. Esto llega a provocar hasta problemas de estrés en edad infantil. Madrugan y trasnochan. No paran de correr de un lado a otro. Al horario lectivo suman las actividades extraescolares y a las actividades extraescolares el tiempo de estudio en casa. Una rutina que puede llegar a ser desquiciante y que los deja exhaustos. ¿Hay que erradicar los deberes, entonces? Quizás no, pero sí hay que racionalizarlos. Y reorientar la tarea educativa en los colegios. También depende de las edades.

Por ejemplo, Eusebio Córdoba, profesor de Primaria en el colegio San Sebastián, de Archidona, lo tiene claro: «En Primaria creo que no debería haber deberes». Este maestro considera que «seguimos enseñando como hace 50 años, cuando la sociedad ha cambiado mucho y realmente lo que tenemos que hacer es generar aprendizaje dentro de la escuela».

Córdoba defiende que los niños tienen que ser eso: niños. Y deben desarrollarse en todas sus facetas, no sólo la académica. Pero no tienen tiempo de hacerlo con tantos deberes. «Bastante tiempo pasan ya en el aula», considera.

El problema es convencer al resto de docentes de la necesidad de cambiar. No es fácil «porque se sienten cómodos con lo que están haciendo». Y no es un problema menor. Porque de la organización escolar, del plan de cada centro, depende que los niños lleguen a casa más o menos cargados de tareas académicas. «Los deberes facilitan la labor del profesorado», coincide Rosa Liarte, profesora de Geografía e Historia del instituto Cartima, en Cártama Estación. «Nunca he entendido por qué el niño tiene que hacer las tareas cuando está solo, cuando se trata del momento que necesita más ayuda del profesor, para entenderlo todo», agrega.

Esta docente no sólo cuestiona los resultados académicos, que PISA condena a España edición tras edición a los últimos puestos. También el propio aprendizaje. Por eso propone lo que denomina clase invertida (o flipped learning). Desde su punto de vista, en realidad, el niño puede aprender en su casa viendo vídeos, utilizando internet y las nuevas tecnologías, mientras que en clase el profesor debería ayudarle a hacer las tareas.

«El aprendizaje no se produce haciendo los deberes de forma mecánica, se da cuando se comparte, cuando el profesorado interviene, ayuda y conversa. Lo otro es una forma de trabajar mecánica. También pasa con los exámenes. Buscamos superar exámenes pero no aprender. No asimilamos contenidos, los memorizamos y los vomitamos», asegura.

En contra de lo que hacen hasta sus propios compañeros del centro, Liarte no manda deberes de su asignatura. «Y aprecio los resultados. Mis alumnos sacan mejores notas y, sobre todo, mis alumnos tienen una actitud positiva hacia la materia. La motivación es mayor. La Historia siempre ha sido muy árida, muy aburrida y muy memorística», admite esta profesora. «Me di cuenta cuando estudiaba la carrera. No recordaba nada de lo que se suponía que había estudiado en el instituto», añade.

Los deberes también son fuente de desigualdades entre los alumnos. Es lo que opina Enrique Sánchez, asesor del CEP de Málaga, pedagogo y autor de artículos y publicaciones sobre educación. «Hay que mandar deberes pero dándole un sentido diferente». ¿Qué pasaría si la escuela prescindiera de los deberes? «Para un docente de ficha diaria sería terrible, alteraría su habitual secuencia didáctica (explicar- hacer ejercicios-corregir-examinar) y tendría que probar algo nuevo». Es lo que Sánchez denomina «la dinámica macabra». En Francia los eliminaron por escrito y comprobaron que aumentó la innovación en el aula.

También notaron cierta mejora en las relaciones familiares y el bienestar infantil. «Los niños ya no hipotecaban sus tardes», explica este pedagogo. Y al contrario de lo que podían pensar los más clásicos, el nivel académico no bajó. En Finlandia sólo permiten mandar media hora de deberes al día, «y ahí están los resultados», exclama.

Sánchez también considera que los niños, por las tardes, también tienen que tener tiempo para divertirse y para jugar. «Como pedagogo considero que es una barbaridad el tiempo que se dedica a hacer los deberes. Habría que racionalizar los horarios», añade.

Y por último sostiene que además de provocar episodios de estrés en los escolares, los deberes son una fuente de desigualdades, que discrimina a los alumnos que en su casa sus padres le pueden echar una mano o pagar un profesor particular, de los que no, porque sus horarios laborales son incompatibles. «Esos niños no están en las mismas condiciones. Los deberes tal y como están, plantean presión y desigualdad», concluye.