Una manera muy útil de reivindicar un trozo del patrimonio de Málaga dejado a su suerte es recuperar su Historia, para que los malagueños sean conscientes del peso que tuvo en la ciudad.

Gracias a los padres trinitarios, el burgalés Bonifacio Porres Alonso y el ciudadrealeño Ángel García Rodríguez, el convento de la Trinidad, fundado en el lejano 1488, ha vuelto a la vida con el libro Real Convento de la Trinidad de Málaga, que fue presentado el pasado 2 de junio en la Cofradía del Cautivo.

Y ha vuelto a la vida porque los autores, además de repasar sus principales hitos y también incluir un apéndice sobre el Conventico, el Convento de Nuestra Señora de Gracia, de los trinitarios descalzos -desaparecido tras un incendio en el Centro en 1901, cuando alojaba unos almacenes- no se han olvidado de la identidad de nada menos que 898 de los frailes que pasaron por el recinto de la Calzada de la Trinidad, personajes como San Simón de Rojas, un santo trinitario que en el Madrid del siglo XVI puso en marcha un comedor para pobres que todavía pervive o fray Juan Gil, el religioso que pagó el rescate y liberó a Miguel de Cervantes de sus cinco años de cautiverio en Argel.

«Para mí, como documentalista, ha sido un trabajo de diez años; para el padre Bonifacio, un historiador de la orden con gran experiencia, un trabajo de 15, 20 años», resume el padre Ángel García Rodríguez (Valdepeñas, 1958), que ha sido misionero en Perú durante 30 años y capellán de la cárcel de Alhaurín de la Torre. El padre Bonifacio Porres (Burgos, 1931), que reside en Antequera, ha sido el encargado de redactar el libro con la documentación aportada por el padre Ángel.

«No es un libro más de Historia sino de investigación de lo que ha llegado a nuestros días porque con la exclaustración y la invasión francesa se perdió mucho, pero con lo rescatado entre los archivos de Málaga y Madrid mostramos la herencia que los trinitarios hemos dejado en Málaga», subraya el documentalista.

Una herencia que comienza en 1487, cuando seis trinitarios acompañan a los Reyes Católicos durante la conquista de la ciudad musulmana y asisten a 500 cautivos cristianos. Un año más tarde la orden tiene su primer convento en la zona de las Atarazanas y Puerta del Mar, una mezquita reconvertida en la iglesia de San Cosme y San Damián, que quedaría destruida por un terremoto en 1494.

Es entonces cuando Francisco Ramírez de Madrid dona a los trinitarios la ermita de San Onofre y las tierras de alrededor. Este antiguo artillero había erigido la ermita en un cerro cercano al campamento de la Reina Isabel, para recordar que allí, durante la conquista, habían sido enterrados artilleros a su mando en la toma de un puente con dos torres sobre Guadalmedina el día de San Onofre (el 12 de junio).

Los trinitarios siguieron en el convento de Puerta del Mar hasta que se construyó el nuevo y se pudieron trasladar en 1494. El primer trinitario en ocupar el nuevo convento fue Miguel de Córdoba, primo del Gran Capitán.

El edificio contaba con refectorio, portería, dormitorios, biblioteca, celdas y una zona para los novicios. Y fuera se encontraban las oficinas, las viviendas para los criados y jornaleros con ganado, el comedor para la servidumbre, cocina, granero, cobertizo para el ganado, horno, panadería...

Y en la extensa huerta, naranjos, limones, otros árboles frutales y legumbres. Las huertas llegaban hasta la zona del Hospital Civil y el Arroyo de los Ángeles.

La iglesia conventual contaba además con numerosas reliquias de santos, una espina de Cristo, un trozo del sudario de Jesús y un lignum crucis.

Los cautivos

Como recuerda el padre Ángel, «la tercera parte de los bienes del convento iban destinados para la redención de los cautivos». En el caso de Málaga, en 1661 se estableció una tasa de 300 reales, la más alta de Andalucía junto con el convento de Sevilla.

La captura de cristianos y su reclusión en el norte de África hasta la llegada de un rescate era un gran negocio, por eso el religioso señala que en el libro «hemos querido presentar el ayer de una orden que en la antigüedad liberó a más de dos millones de personas, entre ellas a muchos malagueños. Hoy las cadenas son la droga, el alcohol... y seguimos estando al lado de los presos».

El libro recoge uno de los momentos más felices para la ciudad: cada vez que al puerto de Málaga llegaban cautivos liberados, que luego visitaban a los trinitarios. En el caso de los cautivos liberados tras la conquista, sus grilletes fueron enviados a la iglesia de San Juan de los Reyes en Toledo (todavía pueden verse más de 200 en el exterior del templo).

La obra también incluye una descripción de estas llegadas: «Cuando el barco era reconocido en las altas mares, las campanas de esta Iglesia (la Catedral) tocaban a vuelo: el pueblo acudía en masa a la playa, y era de ver a los cautivos, que al pisar la tierra, derramando lágrimas, besaban aquel suelo, que ni aun esperanza tenían de volverlo a pisar».

Una historia truncada

La exclaustración forzosa de 1835 provocó que los trinitarios calzados de Málaga salieran del convento y se transformaran en sacerdotes a las órdenes del obispo, repartidos por la diócesis.

Como curiosidad, el edificio pasó a ser utilizado como cuartel hasta 1974, pero la iglesia conventual, cerrada de 1835 a 1837, continuó abierta al culto los 16 años siguientes. En 1853 el Ejército cerró el templo, construyó un forjado intermedio y la planta de arriba sirvió de dormitorio y la de abajo de comedor.

Tras el cierre definitivo de la iglesia trinitaria, el presbítero que había hecho posible que abriera esos 16 años, Rafael Rodríguez, quiso construir en sus terrenos, justo al lado, una iglesia con el mismo nombre, la Santísima Trinidad y un convento para las religiosas de Nuestra Señora de la Paz. Los dos edificios se inauguraron en 1862, el año de la visita de Isabel II a Málaga. Esta es la causa, el nombre idéntico y la proximidad, de que muchos malagueños confundan esta iglesia con el del antiguo convento.

El regreso

Los trinitarios no volverían a Málaga hasta 1991, cuando se hacen cargo de la parroquias de San Pío X y Jesús Obrero en La Palma-Palmilla y del trabajo de capellanes en la cárcel de Alhaurín de la Torre. Un regreso a Málaga y a la razón de ser de la orden.

«Esa cruz roja y azul significa que nacimos para liberar, para estar al lado de los hombres que sufren», recalca el padre Ángel, que también quiere llamar la atención sobre el estado de abandono del convento, Bien de Interés Cultural desde 1980, y los fallidos intentos por recuperarlo por parte de los políticos: «Es una pena que no se sepa cuidar esta obra, con el claustro de mármol, el tejado mudéjar renacentista y que esté en el abandono. Nuestra tarea ha sido indagar en la Historia. Ahora le toca a los malagueños cuidar de este tesoro».

La obra, con un precio de 20 euros, puede adquirirse en la Cofradía del Cautivo (calle Trinidad, 95) y en la parroquia de Jesús Obrero (calle Duero,1).