Cuando Foster se ríe, y lo hace a menudo, echa atrás la cabeza y parece aspirar los buenos momentos de la vida para disfrutarlos a fondo.

Foster Yaw Bediako nació hace 33 años en Acra, la capital de la excolonia británica de Gana, en el Golfo de Guinea y de niño contrajo la poliomelitis, quién sabe si por tomar agua o alimentos contaminados. «En Gana me movía con muletas de madera que me hizo mi padre», cuenta, al tiempo que resalta que la vida en su país «era muy difícil».

El joven, que perdió a su madre pronto, es el menor de cinco hermanos y solo pudo estudiar diez años en un colegio católico de Acra porque tuvo que ponerse a ayudar a su familia, como el resto de los hermanos: «Había que buscarse la vida», resalta, así que salió a la calle a trabajar en cualquier cosa, desde cocinar a arreglar zapatos. De hecho, con el tiempo se convirtió en un buen zapatero y trabajó en una zapatería.

Pero las penurias continuaban, por eso, cuando en la televisión vio unas imágenes de España, decidió que tenía que comenzar allí una nueva vida. «Vi España en la televisión, con la playa y la gente paseando y pensé que tenía ir», explica. Tenía 23 años cuando comunicó la noticia a su padre, que dudó mucho de que lo consiguiera. «Pensó que yo no era fuerte», cuenta.

Pero su padre se equivocó. Partió en barco hasta Senegal y de allí, en patera hasta Mauritania y, también por la costa, hasta Marruecos, y como resalta, en los desplazamientos por tierra, sin muletas: «Andaba con las manos, por eso estoy tan fuerte», ríe a carcajadas.

Y de Marruecos, la travesía en patera hasta las Islas Canarias, Las Palmas, donde ingresó en un centro de internamiento desde el que fue enviado a la península, a Madrid, «y de ahí a Málaga», que le atrajo por la playa y la cercanía con África.

Desde hace siete años vive en un piso alquilado por la zona de Carretería, que comparte con un amigo de Costa del Marfil y por el que paga 450 euros al mes.

En la década que lleva en Málaga, el joven ha seguido ganándose la vida como ha podido, a la vez que ha ido ganando muchos amigos, gracias a un carácter extrovertido y el buen humor que no le abandonan.

Por el camino, algunos de esos amigos de Málaga le proporcionaron, primero, una silla de ruedas y hace dos años, un generoso malagueño le pagó los 1.500 euros que costaba el carrito eléctrico que ahora luce, arriba y abajo, por la calle Císter, un rincón de Málaga en el que intenta, a todas horas, encontrar trabajo. Foster ha trabajado repartiendo periódicos y también publicidad de compraventa de oro, aunque este último empleo, por el que cobraba 500 euros, lo perdió hace dos meses.

«Ahora cobro el paro y trato de encontrar un trabajo, yo puedo trabajar en lo que sea», resalta.

Hace ya diez años que no ve a sus cinco hermanos ni a su padre, que lleva mucho tiempo en paro. «Los llamo por teléfono», cuenta, y precisa que uno de sus sueños es volver a Gana, pero solo «de visita», «de vacaciones, cuando tenga un trabajo», ríe.

Foster Yaw Bediako sigue siendo un joven lleno de metas y con ganas de trabajar que confiesa que Málaga le encanta, en especial la Semana Santa. «Me gustan todas las cofradías», explica.

Entre sus metas, poder nadar algún día en las playas de Málaga en los programas para personas con movilidad reducida y sobre todo, encontrar un trabajo que le permita seguir viviendo en la ciudad de sus sueños.