Sobrevive, siempre lo hizo, su melena incurable. De un rubio, en líneas generales, poco mestizo, más francés que universal. Sobresaliente, incluso, en las fotografías en blanco y negro que le tomaban en la playa. Como síntesis embajadora, resultaba mucho más eficaz en la transmisión de los valores de su país y de la cultura de la excepción que el código napoleónico. Al menos, en una de las épocas, la de los sesenta, en la que más fascinación despertaba todo lo que venía de París, ya fueran los perfumes, los rosetones o las cosas de la democracia. A Mireille Darc no le hacía falta la tricolor; n siquiera fumar ni ponerse gorro. Existía como mito y como mujer. Y en esa complicada dualidad, tan abrasiva con las musas de la nouvelle vague, supo siempre mantenerse en forma.

La actriz vivió en poco tiempo momentos cruciales de la historia del cine de los franceses: fue la chica de pueblo de las comedias bufas, la espalda inmortal, la inspiración de Gainsbourg, la novia del guapo oficial, la artista de Weekend. Todo lo que se esperaba y más de una celebridad en la mejor década para serlo, la de los primeros mitos de masas, tan dispuestos a cambiar al espejo y al hombre. Y, además, sin conformarse. Teniendo la habilidad hasta el final de dejar cada traje en la cuneta. Demostrando ser mucho más que una rubia con garbo, que una actriz. Dedicándose a la pintura, filmando documentales. .

A Mireille Darc, especialmente fuera de cámara, no le gustaba plegarse a las exigencias del guión. Y mucho menos ejercer de divinidad gauchista las veinticuatro horas. Un papel que, a pesar de su fama, la prensa no paraba de endosarle. También durante sus viajes por la Costa del Sol, en los que compartía focos y rumores con su pareja, Alain Delon, siempre incontinente en los negocios y en la noche. En una Marbella por la que plaenaban Jean Paul Belmondo y Juliette Greco, los dos actores suponían el centro de una ofensiva francófila que no se veía desde la visita a Málaga de uno de los Bonaparte. En la provincia se degustaba comida francesa, se bailaba y se hacía el canalla en Le Fiacre. Y, a partir de los finales de los setenta, estaba lo de Régine, la famosa discoteca, continuamente frecuentada por aristócratas.

Una de las imágenes que se conserva de la presencia de Mireille Darc y Delon en Marbella es, precisamente, la gran fiesta de inauguración de la sala. La pareja aparece al lado de Sean Connery, con la propia Régine, que era amiga y, en gran parte, socia del galán francés. A Alain Delon no es difícil imaginarle demorándose en los jardines, seduciendo a alguna joven de alta sociedad mientras Mireille Darc resplandecía en la mesa, rodeada de admiradores. La prensa, a veces tan cotilla, especulaba. Aunque quizá el asunto fuera al revés. O mucho más pacífico y burgués. Como la vida de los malditos que duran más de cincuenta años. La única certeza es que no había dispersión; ambos venían juntos y se marchaban del mismo modo. Por más que el actor se prodigara con más intensidad y vehemencia. Incluso después de esa década, cuando se lio a guantazo limpio con un fotógrafo por querer sacarle una exclusiva a cuenta de sus romances.

Mireille Darc, por supuesto, no llegó a tanto. Disfrutó del sol, del Puente Romano, de las sociedades extravagantes que se daban por la costa. Contactos no le faltaban. Delon tenía en esta tierra una serie de vínculos que iban más allá de la frivolidad de los autógrafos y de los cafés. Y se rumoreaba que había formado una empresa para comprar parcelas y dedicarse a la edificación de centros de ocio y de hoteles. La actriz, fallecida esta semana, no debería de sentirse muy incómoda en Marbella. Y la prueba está en su elección, la de 1982, cuando, entre todos los lugares posibles, quiso decantarse por una pequeña sala de arte de Puerto Banús para su primera exposición de pinturas al óleo.

La prolífica carrera de la musa, apartada del cine por una cardiopatía, se iniciaba paralelamente al éxito. Y enlazada en un baile de topónimos que incluía igualmente a la provincia de Málaga. La solidez de la actriz se veía hasta en su propio nombre: nacida Aigroz se inclinó por Darc por un doble motivo: Juana de Arco ( en francés D´ Arc) y el río cercano a Toulón junto al que transcurrió su infancia. Aunque la relación se había roto mucho tiempo atrás, fue Delon, en la última etapa, el encargado de informar del estado de salud de la estrella. Y también la figura que la acompañó en muchas de sus apariciones públicas. Quién sabe si dándole vueltas a la ruleta rusa de la juventud, cuando los amores de la pantalla acababan entre tiros, ritmo de jazz y persecuciones. A los días, por qué no, de Marbella, aquel paraíso para las copas, las amistades y los pinceles. Francia perdió a uno de sus mitos, a una idea incontrolable sobre la vida, la mujer y la bohemia. Otra silla vacía para el retablo augusto de la época más renombrada de la Costa del Sol. El periodo anterior a las Yolas, a los giles, a los fantoches.