La Costa del Sol recobra el pulso inmobiliario. Con una solidez que recuerda a los tiempos que precedieron a la crisis. Al menos, en lo que se refiere al turismo y a la inversión en segundas residencias, que no se ha arredrado. Principalmente, por la pujanza de la clientela extranjera. El sector, duramente empantanado a mediados de la pasada década, deja atrás su periodo más confuso. A pesar de que todavía siguen vigentes algunos obstáculos. El más importante, la tardanza en la aprobación del PGOU de Marbella, uno de los puntos del país en el que más se vende.

La provincia vuelve a estar de moda. Además, con un crecimiento sostenido, muy alejado en su evolución del carrusel económico que distinguió a la actividad a finales del siglo pasado. Retorna el interés, se firman operaciones. A un ritmo que no decae, que parece cada día más consolidado. Incluido, en lo que lleva transcurrido del año, que se ha alineado en la misma tónica que los ejercicios anteriores. Pasos pequeños, sin grandes saltos, pero seguros. Con equivalencia de cientos de miles de euros en movimientos bancarios.

El abogado Ricardo Bocanegra, presidente de la Federación de Asociaciones de Extranjeros de la Costa del Sol y uno de las mayores conocedores del mercado, cree que la dinámica es indudablemente positiva. Y llama la atención sobre la marca más reciente, que apunta a un ligero repunte en las ventas en relación a 2016. Se supera, en este sentido, a un curso, el pasado, que también finalizó constatando un nuevo paso adelante. En el negocio, se habla de consolidación, de una recuperación cada vez más afianzada. El turismo residencial toma aire y empieza a reivindicar con buenos números su antiguo protagonismo en el tejido productivo. Acaso no con tanto júbilo como el formato vacacional, instalado en una carrera hacia el récord, pero sí con la suficiente firmeza como para encarar con optimismo las próximas temporadas.

Bocanegra confirma lo que señalan trimestre a trimestre las estadísticas. Especialmente, en el área que le compete, que es la de los extranjeros, que se han revelado como la auténtica lleva maestra para romper con la atonía que esclerosó al sector durante sus años más bajos. Después de tanta burbuja y de ventas milagro, la actividad necesitaba más que nunca sentir estabilidad y poner los pies en el suelo. Apuntalando el ladrillo racional, el que se mueve bien, ensanchando con cautela la oferta y la demanda. «Seguimos creciendo, recibiendo compradores. Pero sería un error pecar de optimismo y lanzar las campanas al vuelo», razona.

El crecimiento, aunque advertido en todo el litoral, es sobre todo notorio en la zona de Marbella, que continúa ejerciendo como principal reclamo para los inversores de fuera. Zonas como Puerto Banús, la Milla de Oro, a las que se suman municipios como Benahavís y Estepona, también con gran cartel entre los clientes. En lo que respecta a los compradores, no hay muchos secretos. Y destacan, por su fidelidad, los de mayor poder adquisitivo, que son los que han permanecido en la costa. Con independencia, en muchos casos, de los achaques que han ido enredando las finanzas de sus países de procedencia.

Los rusos constituyen el mejor ejemplo. El presidente y portavoz de los residentes extranjeros, en contacto permanente con la comunidad del país, señala a un fenómeno que marca muy a claras las diferencias respecto a zonas como las islas o la Costa Brava. La explosión de turistas del antiguo gigante soviético nunca tuvo en Málaga un anclaje masivo; incluso en el momento de mayor proyección vinieron muchas menos personas, aunque, eso sí, con una capacidad inversora sobresaliente. Una tendencia que se ha trasladado plenamente al sector inmobiliario. Incluso, en este momento, cuando el mercado parece haberse enfriado por la caída del rublo y la inestabilidad de las relaciones diplomáticas.

Una parte nada despreciable del éxito del turismo residencial se debe al estímulo extra que ha supuesto la llamada Golden Visa. Un permiso de residencia, vigente desde 2013, que supone la concesión automática de la ciudadanía española para todo comprador de propiedades con valores de tasación superiores a los 500.000 euros. La posibilidad de ser europeo, con todas las garantías subyacentes, ha terminado de convencer a las fortunas de economías poco claras en cuanto a seguridad jurídica, lo que, unido al atractivo de la oferta y la lealtad de clientes como los británicos, refuerza el renacer del negocio. Paso a paso, de manera consolidada.