Pedro Altamirano tiene 61 años y es del barrio de Huelin. Aunque ahora mismo tenga fijada su residencia en el angosto Camino de Suárez, muestra devoción por su barrio natal. Altamirano se considera periodista y político por igual, pero si mañana le diera por convocar una rueda de prensa en Málaga no tendría que preocuparse por el aforo: nadie iría a cubrirla. A él, eso le da igual. Al menos, la relativa indiferencia con la que se ha topado desde que fundara en 2016 la Alianza Nacional Andaluza (ANA) no le ha impedido insistir en la difusión de su mensaje político. Altamirano es nacionalista y, al igual que muchos catalanes con los que simpatiza, sueña, en su caso, con una Andalucía independiente de España. Si por él fuera, el mapa del país resultante estaría delimitado por partes de Marruecos al sur y le pegaría un pellizco a la Región de Murcia para conformar la República Federal de Andalucía. Su partido ya declaró la independencia de Andalucía el pasado 4 de diciembre de manera virtual. Un anuncio que pasó sin pena ni gloria y que quedó enterrado en los amplios baúles del frikismo. A pesar del innegable empeño que le pone a la causa (tiene más de 30.000 seguidores en Twitter), los grandes titulares a cinco columnas siempre son para los vecinos de Cataluña. Hoy, todos los periódicos y telediarios hablan de la frenada abrupta que ha sufrido la huida de Carles Puigdemont por tierras germanas. Pero Altamirano, invisible en la cola del supermercado, conoce la otra cara de la moneda. Sabe cómo se idean los recibimientos con honores de Estado, aunque para ello se tuvo que ir a unos 5.000 kilómetros. Esa es la distancia que separa a Málaga de Sebastopol, mayor capital de la península de Crimea, adhesionada por Rusia en 2014, después de celebrar un referéndum que se inclinó por abrumadora mayoría, y que sirvió para despertar los viejos miedos en Occidente por eso de cargarse el modelo establecido. Altamirano llegó por primera vez a Crimea en abril del año 2017, invitado por Vladimir Boltunov. Allí fue recibido por la ministra de Cultura de Crimea, Aina Novoselskaia, intervino en varios foros y tuvo que decretar turnos para despachar a los periodistas. Incluso se le hizo una entrevista para una televisión de ámbito nacional. «Fue un viaje con honores de Estado en toda regla», asegura Altamirano que Crimea ahora mismo es una tierra llena de oportunidades para los andaluces. «Le he escrito una carta a Susana Díaz en la que le pongo sobre aviso. No hay mejor sitio para inversores andaluces que Crimea», asegura quien ya está planeando lo que sería su tercer viaje en menos de un año, dando fe de buenas relaciones exteriores.

Boltunov, el anfitrión, es un ultranacionalista ruso y ocupa un asiento en el Parlamento de Crimea como miembro de la oposición. Así, está ejerciendo como punto de enganche para esta singular conexión política en plena fase de consolidación. ¿Pero cómo llega un independentista malagueño, al frente de un partido al que le sobran dedos de las manos para contar a sus afiliados, hasta la órbita de la todopoderosa Federación de Rusia? Altamirano niega formar parte de cualquier trama orquestada con el Kremlin y asegura que todavía no ha perdido la capacidad para impresionarse cada vez que lo relacionan con una conspiración para desequilibrar la estabilidad de España. La clave está en Yuri Chuguyev, músico, amigo de Altamirano, que lleva más de 20 años afincado en Málaga. Altamirano se describe en conversación con este periódico como un «andarruso», plenamente adaptado como para pedir la independencia de Andalucía sin caer en posibles contradicciones o incoherencias. La posibilidad de estrechar vínculos políticos con Rusia surgió en realidad bajo las palmeras como explica Altamarino: «Yuri estuvo de vacaciones en Cancún y ahí conoció a Boltunov tomando algo». Gusta pensar que brindaron con vodka.