Son las 17.00 horas y Oualid ya está en el instituto. En unos minutos comenzará la clase aunque él ha llegado una hora antes que otros compañeros para el refuerzo de lengua y matemáticas, las asignaturas que más le cuestan. Pero está animado. Quiere sacarse el título de ESO porque le han dicho que así le será más fácil encontrar trabajo. Le gustaría ser cocinero. En cambio, Mostafa no sabe aún qué hará cuando termine este curso. Dice que quiere «ver el mundo», aunque también le encantaría hacer un curso para ayudar a «la gente mayor».

Oualid y Mostafa estudian Secundaria de Adultos (ESPA) y Bachillerato en el IES Vicente Espinel. Proceden del sistema de protección de menores. Han sido MENAS, pero en el Gaona son sólo alumnos. Por primera vez desde que dejaron sus casas y a sus familias en Marruecos su condición de extranjeros no prevalece. Es el camino para abandonar la etiqueta de la exclusión.

Así lo ven en Málaga Acoge, que trabaja con estos jóvenes extranjeros que al alcanzar la mayoría de edad abandonan los centros de menores. Desde la Agrupación de Desarrollo de Personas sin Hogar diseñan proyectos individualizados de emancipación para que chicos como Oualid y Mostafa tengan una vida normalizada y un trabajo digno, para lo que la educación es fundamental.

Por ello, desde hace cinco años trabajan con el IES Vicente Espinel donde 36 jóvenes extutelados estudian este curso en alguno de los dos niveles de Educación Secundaria para Personas Adultas (ESPA) o en Bachillerato. El primer año matricularon sólo a cinco estudiantes extranjeros y hoy ya forman parte del Plan de Centro y cada vez son más los estudiantes que participan en este proyecto educativo que coordinan conjuntamente Genoveva Pérez, psicóloga de Málaga Acoge, y Cristina Reglero, profesora del Gaona. Ambas están en continua comunicación y realizan frecuentes tutorías individualizadas con los alumnos.

Aunque cada uno tiene un proyecto educativo a su medida cuando comienza el curso, éste puede ir modificándose. El objetivo no es el mismo para todos. «Hay chicos en situación de calle, pasándolo muy mal, y en su caso el objetivo es sólo que vayan a clase, que sepan estar, que tengan un horario, nuevas figuras de referencia, que empiecen a tejer una red social distinta», explica la psicóloga.

En otros casos, los jóvenes dejan el instituto porque se les encuentra un trabajo a jornada completa, lo que les va a permitir modificar su permiso de residencia y eso es prioritario. Cuando salen de los centros de menores a los 18 años lo hacen con un permiso de residencia que no les autoriza a trabajar y que tienen que renovar. Pero no es fácil. Muchos se encuentran en la calle porque el sistema de protección no cuenta con suficientes plazas para esta fase.

En este punto, la labor de organizaciones como Málaga Acoge es clave. En 2018, atendieron a 109 de estos jóvenes a través de sus diferentes recursos como los cuatro pisos de acogida temporal que ya tienen y el programa Incorpora Joven.

De 'buscarse la vida' a estudiar

Mostafa Ez Khamlichi, de 21 años, vive en uno de estos pisos. Aunque desde que salió del centro de menores de Ceuta ha estado en Madrid y en algún lugar del norte. Buscándose la vida, repite. Hizo «chapuzas», trabajó de jardinero y aterrizó en Málaga. «Cuando llegué estaba perdido», afirma. Este es el segundo curso en el Gaona de este joven de Tetuán y, aunque reconoce que al principio no se tomó muy en serio estudiar y tenía malas notas, se alegró «un montón» cuando sacó su primer cinco.

Como apunta la profesora Cristina Reglero, su situación no es muy distinta de aquellos estudiantes que abandonan los estudios pronto y les cuesta retomar el hábito. Pero para superar esa y otras dificultades como el idioma, el Vicente Espinel les ofrece clases de refuerzo o sesiones de orientación para aprender técnicas de estudio.

Verlos motivados es una satisfacción, reconoce esta docente. «Cogerlos desde la base, desde la alfabetización básica, ver cómo le ponen ganas en aprender, en leer, es muy gratificante», explica y añade que el que en una misma clase convivan alumnos con diferentes niveles es un reto.

Oualid Ouarki está aprovechando esta oportunidad. Este joven de 18 años procedente de Nador lleva dos meses en Málaga, a donde llegó desde el centro de menores de Melilla. Allí hizo cursos de pintura y ayudante de mecánico pero sabe que es bueno que se siga formando para poder ayudar a sus padres. Aunque antes de tener una plaza en el albergue municipal tuvo que dormir en la calle, Oualid cuenta que lo más difícil ha sido pasar mucho tiempo sin ver a su familia.

El 90% de los jóvenes a los que Málaga Acoge acompaña en su itinerario de emancipación logran salir de la red de recursos. «Trabajan, cotizan, pagan sus alquileres, se casan, tienen hijos...», apunta Genoveva Pérez que, consciente del complicado panorama actual, agrega que es muy importante que la sociedad conozca el capital humano que estos jóvenes aportan. Mostafa lo explica así: «Hay gente que no sabe lo que es la pobreza, que nunca se ha quedado sin comer. Que ha tenido de todo en su vida. Y no tiene empatía. Es muy necesaria la empatía».