Volvía de unas vacaciones en Marbella, unos días en los que las medidas contra la Covid-19 «la impresionaron» aunque sin dejar de otear la prensa local ante el aumento de contagios en otras regiones españolas, como oteando el presagio. Cuando Kate Andrews, corresponsal de asuntos económicos de la revista inglesa The Spectator, tomó su avión de vuelta a Reino Unido desconocía que sería de las últimas en regresar de España sin tener que confinarse durante 14 días en casa.

«Siempre he creído que el ‘último viaje’ estaba reservado para situaciones verdaderamente graves en el extranjero -o para una película apocalíptica de Will Smith o Brad Pitt-», ironiza la corresponsal Andrews en The Spectator. «Sin embargo, de alguna manera, sin yo saberlo me vi en uno - o en uno de los últimos- ayer [sábado 25], volando desde Málaga de vuelta al aeropuerto de Heathrow».

Al aterrizar en Londres, justo cuando recogía el equipaje de la cinta, la corresponsal vio como una avalancha de mensajes de texto empezaban a asaltarla preguntándole sobre su vuelo y cuándo regresaba. El Gobierno inglés había impuesto la cuarentena obligatoria y ella la había esquivado por unas horas. «Pensando en mi propia suerte en seguida cambié a los miles de personas muy desafortunadas tratando de cancelar desesperadamente sus vacaciones de verano», recuerda.

Una cuestión política

En cuanto a la rapidez y a la gran envergadura de este último movimiento de los de Downing Street, Kate Andrews considera que adquiere sentido desde una perspectiva política:

«Habiendo sido criticado durante meses por moverse demasiado despacio, el gobierno no iba a arriesgarse a importar nuevos casos del extranjero. Pero habiendo viajado desde y hacia Gran Bretaña, no puedo ayudar sino preguntarme si este cambio de política tan repentino va realmente sobre la amenaza que España supone o sobre las continuas luchas de Gran Bretaña de monitorizar y rastrear casos», reflexiona en su artículo «The last flight out».

Esta situación actual algo que tendremos que llegar a aceptar «a regañadientes», estima Kate Andrews, pero aunque habrá quien piense que son»solo unas vacaciones», las cancelaciones, cuarentenas imprevistas y confinamientos locales tienen unas implicaciones «enormes»:

«La amenaza de una cuarentena inesperada de dos semanas será suficiente para desalentar a muchos de viajar al extranjero -yo no hubiera ido a españa si pensase en un confinamiento al final del viaje-. Esto lo sufrirán la industrias turísticas, de viajes y hospedajes, que ya han sido desproporcionadamente golpeadas por la crisis de la Covid».

Medidas sorprendentes

«La gente obedecía las normas pero además era sensata: llevaban las mascarillas cuando paseaban ero se las quitaban al sentarse, guardando las distancias, en la playa. La gente era atenta y comprensiva con las circunstancias», explica Andrews a La Opinión de Málaga. «La higiene en los lugares públicos parecía tan buena como en Reino Unido».

Sobre el viaje de ida y de vuelta, la corresponsal escribe en la revista inglesa The Spectator lo siguiente:«Rellenamos una completa encuesta antes de partir -preguntando por síntomas y viajes previos- que te daba un código QR, escaneado fácilmente a la llegada. Los controles de temperatura en los puestos de control eran administrados por profesionales médicos, tan rápido y fácil que apenas formó cola», recuerda Kate Andrews.

«Inspiró mucha más confianza que mi viaje a casa ayer [sábado 25], donde nos dijeron que buscásemos en Google el formulario que necesitas rellenar a la vuelta -un documento confuso que no distinguía bien entre residentes, turistas y los que volvían de países exentos de cuarentena. No hubo controles de temperatura y solo verificaciones puntuales para comprobar que los viajeros habían completado el formulario».

Para la corresponsal, lo más agradable de su estancia en Málaga fue como, aparte de las mascarillas, era mucho más fácil olvidar al virus. «Parecía que España había vuelto un poco más a la normalidad que Reino Unido», confiesa la corresponsal.