Si la bibliografía, documentos y legajos consultados por el doctor en Historia José Villena para su tesis doctoral sobre la Málaga de Felipe III se pudieran apilar, quizás podría evoca la torre de la iglesia de San Juan, cuyo reloj era el oficial de la ciudad en el tránsito del siglo XVI al XVII, y hasta contaba con un relojero oficial pagado por el Ayuntamiento, para su mantenimiento todo el año.

El maestro, inspector jefe y facultativo del Cuerpo Nacional de Policía e historiador José Villena Jurado, nacido en Hinojosa de Calatrava (Ciudad Real) en 1949, pero hijo de malagueños de Torrox y en Málaga desde los cuatro años, presentó esta semana en la Sociedad Económica de Amigos del País 'Málaga por el Rey don Felipe, nuestro señor, tercero de este nombre (1598-1621)', publicado en Ediciones del Genal. Se trata de un resumen de más de 800 páginas de su tesis doctoral, en la que se embarcó una vez jubilado. Defendida en diciembre de 2019, logró el sobresaliente cum laude. El director de la tesis, el catedrático Juan Jesús Bravo Caro, es el prologuista del libro.

El doctor en Historia cuenta que se decantó por la Historia Moderna, además de porque la asignatura se acomodara mejor a su horario laboral, porque se encontró con una excelente profesora como Marion Reder y en general, «empaticé bastante con el Departamento», con profesores como Siro Villas, Maribel Pérez de Colosía o Joaquín Gil Sanjuán, destaca.

La obra, que tiene detrás cinco años de trabajo, es el compendio más completo hasta la fecha de la Málaga de Felipe III, un retrato monumental que repasa cómo era la ciudad con sus instituciones, gremios, minorías, defensas, Hacienda, hospitales, industrias, fiestas... sin olvidar los principales acontecimientos históricos.

Como resalta su autor, al estar situada la investigación entre los siglos XVI y XVII y en medio de la relación de los soberanos de los Austrias, «casi todo lo que está escrito aquí se puede extrapolar a los reinados anteriores y posteriores de la dinastía».

La investigación nos presenta una ciudad amurallada con una planta muy parecida a la de la etapa musulmana, con iglesias en vez de mezquitas y pocas novedades urbanísticas, entre ellas calle Nueva.

Era una Málaga «de entre 12.000 y 15.000 habitantes», con una sociedad estamental con pocos hidalgos -por la reciente incorporación a la corona- en la que el ascenso social era tarea ardua. «Ascensos sociales había muy pocos, aunque a lo mejor dentro del mundo de los gremios procuraban meter la cabeza en la administración pública de jurado del Ayuntamiento, y una vez jurado, trataban de llegar a la Regiduría», expresa.

De esa Málaga de tiempos de hijo de Felipe II destacaba la Catedral, en plenas obras y con Pedro de Mena a cargo de la sillería del coro. Precisamente, el trasiego de trabajadores, el ruido y el polvo que aparejaba su construcción impidió que algunas solemnidades se celebrasen en su interior y se optase por la Iglesia de Santiago.

El otro elemento clave era la plaza Mayor, la actual plaza de la Constitución, donde se encontraban las casas del Cabildo municipal (en el lateral de la antigua La Costa Azul), y en la fachada norte, «la casa del corregidor, posiblemente la Audiencia y la cárcel pública, que hacía esquina con la calle Granada, que entonces se llamaba de la Zapatería».

El corregidor, por cierto, sería el 'gobernador civil' de su tiempo, «los ojos y oídos del rey», aunque el territorio en el que tenía jurisdicción era bastante más pequeño que la actual provincia de Málaga, donde había cinco corregidores.

El corregidor era también el presidente de la Audiencia y del Ayuntamiento, aunque si carecía de conocimientos nombraba a un alcalde mayor que hiciera estas funciones. También nombraba a los regidores, los concejales de nuestros días.

El nombramiento de alcaldes mayores solía producirse con frecuencia, ya que los corregidores de Málaga eran militares, precisa el doctor en Historia, por la doble condición de frontera de Málaga: «Con el mar, una frontera viva porque los berberiscos estaban incordiando constantemente y también al ser un reino recientemente incorporado a la Corona de Castilla que había que castellanizar».

La plaza Mayor era escenario de festejos en los que no faltaban los toros, cuenta José Villena. Los animales solían proceder de dehesas del sur de Córdoba, eran conducidos hasta el cauce del Guadalmedina y luego enviados a los corrales, la actual plaza de las Flores. «De los corrales los iban soltando a la plaza Mayor por la Calleja de los Toros, el embrión de calle Larios», explica.

El historiador no se olvida de los principales hitos históricos de la Málaga de Felipe III entre ellos la peste bubónica de 1599 y la expulsión definitiva de los moriscos, que en la capital se concretó en 1610 a través de su importante puerto.

El puerto de Málaga también tuvo un importante papel como cordón umbilical para abastecer los presidios (fortalezas militares) del norte de África, «sobre todo con Melilla y el Peñón de Vélez de la Gomera», apunta el experto.

Si a esto sumamos que también era un paso de las galeras, lógico es que en esa Málaga del Siglo de Oro se fundieran cañones y se fabricaran por un lado pólvora y por otro bizcochos para las armadas.

En concreto, recuerda José Villena, en la zona de Atarazanas y la plaza de Arriola había una fábrica de cañones y dos de pólvora. Esta circunstancia provocó que entre finales del reinado de Felipe II y finales del de Felipe III se produjeran sendos accidentes que provocaron la explosión de los molinos de pólvora y la destrucción de la zona.

Esta circunstancia, recuerda el historiador, motivó una petición de traslado de los peligrosos molinos, documento que conserva el Archivo General de Simancas. El propio monarca dejó escrito de su puño y letra la siguiente contestación en una resolución real: «Hagasse lo q parece al consejo».

«El Rey Felipe III -aprovecha para aclarar el historiador- era Rey de España pero no había una España, básicamente lo que había eran dos coronas, Castilla y Aragón, a las cuales se le han ido colgando como adornos distintos reinos,el último Granada, que se incorpora a Castilla. Eran reinos independientes entre sí con el mismo rey, pero si una persona de Madrid iba a Zaragoza era considerada un extranjero, igual que alguien de Londres o París».

En el plano cronológico, la obra comienza el 28 de octubre de 1598, cuando en una abarrotada plaza Mayor el portero del Cabildo municipal, al grito de «oíd, oíd, oíd», pide silencio para que el alférez mayor tremolara el pendón real y proclamara por tres veces: «Castilla por la Majestad del Rey don Felipe, nuestro señor, tercero de este nombre», y diera inicio oficial el reinado de Felipe III.

La muerte del monarca, que falleció el 31 de marzo de 1621, no se conoció de forma extraoficial en Málaga hasta cuatro días más tarde. El Concejo municipal costeó la cera y un gran túmulo barroco de tres cuerpos dentro de la Catedral.

La Málaga de Felipe III y por extensión, la Málaga de los Austrias, en un libro irrepetible.