Al psicólogo y pedagogo canadiense Lawrence J. Peter le debemos el célebre Principio de Peter, que formuló en 1969 y que señala que «En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse».
Contemplando el pecio ‘terrestre’ de lo que queda de la ‘otra’ Estación de Cercanías Victoria Kent es inevitable no pensar en el Principio de Peter y en elucubrar con el número de ineptos que, en las más altas instancias de sus respectivos negociados, autorizaron este proyecto para, una vez finalizado, dejarlo varado a su suerte en tierra de nadie, en una agreste lengua de tierra entre la urbanización Barceló y Nuevo San Andrés por un lado y El Duende por el otro.
Por descontado, el Principio de Peter, la nata que se corta y la reconcentrada incompetencia que conlleva han hecho posible que, con cada año que pasa sin ponerle remedio, aumente el coste de una futurible reparación.
Porque como saben, la estación de cercanías se diseñó con dos edificios de acceso. El primero de ellos, que se asoma a la glorieta del Bulevar Adolfo Suárez, es el único que está en uso mientras que el segundo parece haber pasado por los delicados colmillos de una jauría de hienas.
De hecho lo que queda del segundo pabellón recuerda a una de esas poblaciones de Ucrania o Gaza arrasadas por Putin o Netanyahu, de ahí que, ahora mismo, sólo valga como escenario de alguna nueva entrega de Mad Max -rodaje gestionado por la Málaga Film Office-.
Esta semana esta sección se dio una vuelta por tan desdichada infraestructura, doblemente dañada por los vándalos y el Principio de Peter. Se sumaron a la expedición un grupo de vecinas de Nuevo San Andrés que padecen una vecindad tan decrépita e insegura.
Resulta descorazonador contemplar el apedreamiento generalizado de las cristaleras y ver cómo van desapareciendo los paneles exteriores mientras en algunos puntos se aprecia ya la huella de algún fuego que no llegó a mayores. Por cierto que en el suelo descansaba esta semana, hecho trizas, un gran círculo rojo y blanco con el logo de Cercanías. Todo un símbolo.
En su página web, Adif, que depende del Ministerio de Transportes, es decir del Gobierno central, informa de que pretende ser «un referente como organización focalizada en la gestión de infraestructuras resilientes, sostenibles, seguras e inteligentes».
Ni resiliencia ni inteligencia se aprecian en este rincón de Málaga: ni en los mendrugos que apedrean ni en los ‘Peter’ que gestionan este despojo olvidado.