Mirando atrás
Cristóbal Benítez: un malagueño rumbo a Tombuctú
Alhaurín de la Torre conmemora este año el centenario de la muerte de Cristóbal Benítez, el malagueño que acompañó en 1879 al geólogo y médico Oskar Lenz en una expedición científica de Tánger a Tombuctú y regresó por Senegal, peligrosa aventura de la que escribiría un libro
De haberlo conocido su contemporáneo, el exitoso escritor alemán de aventuras Karl May, bien podría haberlo convertido en personaje de alguna de sus novelas sobre el mundo oriental.
Sin duda, el malagueño Cristóbal Benítez González (Alhaurín de la Torre, 1857-Esauria, Marruecos, 1924) convivió con la aventura y además tuvo el privilegio de salir ileso para contar muchas de ellas en el libro ‘Mi viaje por el interior de África’, que publicó en Tanger en 1899, cuando trabajaba como intérprete del Consulado de España en Mogador, hoy Esauria, la ciudad donde está enterrado.
En ese libro, que el Ayuntamiento de Alhaurín de la Torre reeditó en 2005 con una edición crítica, contó cómo fue uno de los primeros occidentales en pisar la ciudad de Tombuctú, gracias a que se unió a la expedición científica del geólogo y médico alemán Oskar Lenz, enviado por la Sociedad Africana de Alemania para profundizar en el conocimiento de la cordillera del Atlas.
En total, el viaje de los dos europeos y sus acompañantes africanos duró cerca de un año, en el que recorrieron unos 5.000 kilómetros, arriesgando la vida en numerosas ocasiones, pues los cristianos eran considerados infieles que no podían hollar esas tierras.
Con motivo del centenario de la muerte de Cristóbal Benítez, que se celebra este año, el área de Patrimonio de Alhaurín de la Torre, en colaboración con el grupo BCMGestionArte, ha puesto en marcha un proyecto de recuperación de su memoria.
Pero, ¿quién fue Cristóbal Benítez? Como recuerda Miguel Ángel Huesca Mariscal en la edición de 2005, pocos datos se tienen de él, entre ellos que nació en Alhaurín de la Torre, que marchó de niño con su familia a Marruecos y que se estableció en Tetuán.
Cuando lo conoció Oskar Lenz trabajaba como corchero pero además era conocido por su gran manejo del árabe vulgar, así como de varios dialectos y por sus expediciones al interior de Marruecos, lo que le empujaron a contratarlo.
Cambio de identidad
Lo más llamativo de la aventura, que se inició a finales de 1879, es el mencionado riesgo físico que corrían los cristianos al adentrarse por tierras musulmanas, por mucho que tuvieran la garantía de seguridad -documentada- del sultán de Marruecos.
Por este motivo, Cristóbal Benítez ideó que el argelino que los acompañaba, Hach Alí Butaleb, se hiciera pasar por un gran xerif o jerife (descendiente de Mahoma) que se dirigía a Tombuctú, mientras que el alemán tomaría la identidad de un médico turco y él haría el papel del mayordomo privado del gran xerif, además de jefe de la caravana.
A pesar de la estratagema, en la ciudad de Tarudant cuenta el malagueño que «se corrió la voz de que éramos cristianos disfrazados de árabes» y una gran turba se concentró en la fonda donde descansaban, «con la intención de asesinarnos». Salvaron el pellejo por las grandes dotes teatrales de Cristóbal Benítez:«Les contesté, simulando enfado, que los cristianos eran ellos que querían asesinar a unos descendientes de Mahoma». La llegada de un auténtico xerif, hijo del santo patrón de la ciudad, calmó las aguas.
Con caballos, mulos y camellos, en ocasiones escapando de ladrones y asesinos, la expedición llegó al desierto y se adaptó a un recorrido durísimo en el que algún hombre perdió la vida y el Sáhara les cobró además el peaje de una terrible sed.
La amenaza constante
Pero sin duda, el peor enemigo lo tuvieron ‘en casa’, pues el argelino Hach Alí Butaleb experimentó una metamorfosis durante el viaje que le hizo creerse ese gran xerif y tratar al doctor alemán y al intérprete español como si fueran sus súbditos, además de conspirar.
Como recuerda en un pasaje Cristóbal Benítez, «además de los peligros que constantemente nos rodeaban, podíamos ser asesinados durante nuestro sueño por Butaleb y sus parciales estimulados por lo poco que conducíamos, que para ellos eran verdaderas riquezas». Para prevenir cualquier ataque, el alhaurino y el alemán se fueron turnando para vigilar y dormir.
Tormentas de arena, malhechores, la sed constante y pese a todo, el 1 de julio de 1880, tras siete meses de viaje, llegarían a Tombuctú, hoy en Mali y entonces posesión colonial francesa. Como recuerda el explorador español, entre la población conocieron a los ‘ermás’, que «dicen ser descendientes de los árabes (...) desterrados de España» y como pincelada exótica, la presencia de avestruces por las calles.
El viaje hacia la costa, hacia Senegal, fue de todo menos placentero: huracanes, tormentas tropicales, leones, ladrones y enfermedades que estuvieron a punto de acabar con la vida del malagueño, de no ser por los desvelos de Oskar Lenz. «De un joven de 24 años fuerte y robusto me encontraba convertido en un esqueleto cubierto de piel», escribe de ese tiempo Cristóbal Benítez. Pese a todo, llegaron sanos y salvos a Senegal y pusieron rumbo a Europa. Tanto Oskar Lenz como Cristóbal Benítez dejaron por escrito sus aventuras.
El alhaurino siguió viviendo en el norte de África, su tierra de acogida hasta su muerte hace ahora un siglo. Está enterrado en el cementerio cristiano de Esauira.
Para el alcalde de Alhaurín de la Torre, Joaquín Villanova, su ciudad tiene «el inmenso privilegio de contar entre sus vecinos ilustres» con este «aventurero y explorador». Como recuerda, en 2005 el Ayuntamiento «honró su memoria» con una placa conmemorativa en la plaza del Barrio Viejo que, desde 2002, lleva su nombre.
En enero visitó Alhaurín de la Torre el editor y exministro Manuel Pimentel para participar en la II Jornada sobre Literatura de Viajes y Aventuras. Como destaca a La Opinión, Tombuctú fue «ese oscuro objeto del deseo para las potencias occidentales» y gracias a la pericia Cristóbal Benítez, Oskar Lenz pudo ser de los primeros «en llegar y regresar con vida, una proeza muy destacable».
Manuel Pimentel también resalta del alhaurino que «continúo trabajando en los servicios exteriores de España hasta su muerte».
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