Publicar un primer libro es algo complicadísimo, aunque de esto uno se suele dar cuenta muchos años después. Por un lado las ganas legítimas de hacerse presente, de salir a la luz, que tiene menos que ver con el orgullo que con la necesidad de volverse visible, de que alguien más que nosotros a solas o nuestros amigos en un café nos mire a fondo, algo que -como sabemos desde Husserl o Merleau Ponti, si no desde el mismísimo Platón- es lo que de verdad funda nuestro estar en el mundo y nos hace reales, autoconscientes y sociales. Por otro, el hecho de que, en efecto, es un acto inaugural que, al cabo de los años, suele incomodar a la mayoría de los autores, ya que da pruebas -ante el tribunal de la historia, de su propia obra como un todo y de los críticos del momento- de sus titubeos, sus fallos técnicos o su inmadurez emocional, imaginaria o filosófica. Por esto, cuando me enfrento como lector a un primer libro de poemas, y teniendo en cuenta que yo reharía la Historia completa del Mundo con tal de que desaparecieran de ella como mínimo los tres primeros míos, cruzo los dedos y rezo.

Rezo y en ocasiones sucede esto: un primer libro que parece el quinto, el sexto, el décimo cuarto. Es decir, un primer libro que no comete las ingenuidades propias del principiante sino que se despliega con la abundancia de recursos y de honduras del autor veterano, y con un conocimiento del mundo y del mecanismo secreto de las palabras que tiene más que ver con la sabiduría del maestro que con los balbuceos del estudiante. Sucede esto: `Las extremidades frágiles´, de Gaia Danese (Cosmopoética, Córdoba, la nueva colección de poesía internacional al cuidado de Manuel Lara Cantizani y dirigida por Juan Antonio Bernier), un libro borrascoso y delicado, un libro de verdades indirectas que nada más enunciarse se desvanecen, un libro para funámbulos que, como las arañas su hilo, sacan el cable por el que se deslizan de su propio corazón. Un libro que le desenreda a uno el pelo con delicadeza y le vuelve a pintar los ojos descoloridos por el vacío ácido del mundo. Un libro de caballos desbocados, y de piedras y alambre de espino en el corazón, que, sin embargo, parece una canción de cuna para muñecas rotas. Un libro imprescindible (porque enseña a vivir sin adoctrinamientos, porque siente y nos hace sentir en directo y porque señala las cosas sin contaminarlas con conceptualizaciones) en medio de tantos libros inútiles que no debería pasar desapercibido, por más que éste sea el destino normal de la poesía. El libro de una poeta nueva que pareciera que lleva escribiendo toda la vida, y no sólo toda su vida sino también toda la vida de las estrellas y del amor, toda la vida de las mareas y de las manos.

Extremidades las de Gaia Danese (italiana cuyo primer poemario se publica en España, y esto no es sino uno de los múltiples milagros de este extraordinario libro, traducido por el poeta Juan Carlos Reche) que no acaban de romperse porque su fragilidad es su fuerza, y porque todo lo que merece la pena merodea por la periferia, muy lejos de la dictadura del centro, a salvo de la mirada omnívora de los poderes. Poesía de verdad para tiempos de mentira. Bienvenida, Gaia