Dice el comisario europeo Almunia que los mercados piden un Tesoro único europeo. Si esa conjetura no viniese de uno de los pocos ciudadanos españoles que saben de economía y no andan de los nervios con la que tenemos montada, sería cosa de pensar que el exministro del Reino, con cargo equivalente —en la medida en que esa cosa sea posible— hoy en Bruselas, se ha apuntado a la nómina de los videntes, gurús, espiritistas y oráculos que creen en las fuerzas sobrenaturales. Porque algo de eso hay en la atribución de condiciones humanas a los mercados que, por otra parte, tampoco queda claro en qué consisten en realidad. Sucede como con los dioses; en cuanto se perdió la costumbre egipcia de representarlos como animales, de torso arriba al menos, y se humanizaron, cayeron en la trampa del sinsentido.

¿A santo de qué una entidad sobrenatural y omnipotente iba a travestirse de primate propio de un planeta minúsculo situado en una esquina del universo? ¿No habría quedado mejor, qué sé yo, disfrazado de tiranosaurio o de alguna que otra bestia feroz que esté por llegar aún?

Lo que pasa en materia divina tiene que ver, claro es, con el hecho de que los dioses jamás hablan de manera directa. Utilizan profetas y adivinos para expresar su santa manera –por antonomasia– de ver las cosas.

Pues con los mercados sucede lo mismo. Nunca hubo nadie que oyese hablar en voz alta a la Bolsa de Nueva York, o de Londres, o de Fráncfort. Tal vez lo hagan bien entrada la noche, cuando no queda dentro quien sea capaz de escuchar sus exigencias, sus amenazas y sus consejos. Pero así, en plan rueda de prensa de Mourinho—cuyas palabras no le pasan desapercibidas a nadie— no se manifiestan ni los mercados, ni las bolsas, ni las agencias de cambio. Son sus sumos sacerdotes los que hablan. Los portavoces de esas instituciones dedicadas, con harto esmero y éxito considerable, a dejarnos en la ruina, deben considerar que con lo bien que les van las cosas qué necesidad habrá de abrir la boca. Son otros, pues, los que hacen de Moisés bajando del monte Sinaí con las tablas de la ley. Dios dice, el mercado dice, el pueblo dice (otra entidad sobrenatural, sin necesidad de entrar en la nación para que se líen del todo las cosas). Cuanto menos hablan esos seres metafóricos, más se interpretan sus decires.

Y aun con lo de Almunia resulta sensato lo que se pone en boca ajena: la falta de un régimen fiscal común para toda Europa es una catástrofe de cara a llevar al euro a buen puerto. Pero lo que tienen los ventrílocuos con muñeco sentado en las rodillas es que suelen tomar el pelo al auditorio. Los dioses suelen pregonar aquello que más conviene a sus ministros en la Tierra. Los mercados también susurran admoniciones de lo más rentable para sus intérpretes. En ésas estamos, en que los fantasmas mudos convierten en muy prósperos a quienes les prestan la voz. A cambio, claro es, de azotarnos al resto de nosotros.