España se ha puesto en manos de Mariano Rajoy y ha castigado severamente al PSOE. El PP ha conseguido 186 diputados, una cuota que le habilita para gobernar sin mirar a los lados, para afrontar cualquier reforma que aporte soluciones a la crisis económica y a las demoledoras cifras de desempleo: cinco millones de trabajadores en paro. Esta es la exigencia de la mayoría de los votantes que han volcado su esperanza en un partido que partía como claro ganador y que se ha venido mostrando seguro de poder aportar un rayo de luz a un país en estado de emergencia máxima.

La crisis y el desempleo no han disparado la abstención, como se pronosticó, entre los parados y votantes desilusionados que apoyaron al PSOE en 2008. Este voto lo ha atraído en parte el PP, que ha alcanzado una victoria aplastante, un poder absoluto. Si los populares consiguen mantener esta tendencia arrolladora hasta las elecciones andaluzas, podrían alcanzar en el próximo mes de marzo la mayor cuota de dominio del mapa político nacional, algo nunca visto en la historia de la democracia española. Finalmente, Izquierda Unida y los partidos minoritarios han agravado la caída de los socialistas recogiendo a otra importante facción de los votantes descontentos.

El PP ha obtenido la mayoría absoluta en el Congreso, llega a los diez millones de votos y alcanza los 186 escaños, con los que controlará sobradamente la Cámara Baja. Rajoy supera así el récord de su partido en 2000 cuando José María Aznar fue reelegido presidente con 183 diputados. En el otro extremo del recuento se sitúa Alfredo Pérez Rubalcaba, quien con 110 escaños presenta el peor resultado de la historia del PSOE, peor incluso que el conseguido en 2000 por Joaquín Almunia, con 125 diputados. Uno de los grandes beneficiarios del desastre socialista ha sido también Izquierda Unida, que obtiene 11 representantes. Los nacionalistas de CiU registran un crecimiento espectacular, con 16 escaños, y el mundo abertzale, Amaiur, irrumpe en el Congreso con 7 diputados y se convierte en la fuerza mayoritaria del País Vasco.

Este sería el resumen de unas elecciones que se presuponían ganadas por los populares, a la espera de saber hasta dónde llegaba el desmoronamiento del PSOE tras el recuento de votos.

Mariano Rajoy, después de dar las gracias por la victoria, se dirigió a los españoles decidido a ser «el presidente de todos» y a asumir «la enorme responsabilidad que nos han otorgado». Esa responsabilidad, dijo, «lo exige todo de nosotros» en una situación especial: «Gobernar en la más delicada coyuntura de los últimos treinta años». Para ello, el que será el sexto presidente de la democracia reclamó un esfuerzo común de todos los españoles.

En Málaga también se ha evidenciado la tendencia del resto del país. El PP e Izquierda Unida se han visto favorecidos por el castigo a la gestión socialista y han aumentado un escaño cada uno. El PSOE baja de cinco a tres y se coloca en una delicada situación a pocos meses de las elecciones autonómicas. El PSOE andaluz necesita una reflexión profunda, pero la tentación de los socialistas críticos de anticipar luchas internas podría dar al traste con las aspiraciones electorales de Griñán. Una desventaja de menos de diez puntos no es un tramo insalvable, ni el vuelco definitivo pronosticado por el PP andaluz.

Málaga espera del nuevo Gobierno una dosis doble de soluciones para lo que es su máxima prioridad: la creación de empleo. Una de las provincias españolas más castigadas por el paro, que llega a un tercio de su población activa, demanda la vuelta de la credibilidad en la economía productiva, la dinamización de sus sectores más potentes, como el turismo, la construcción y las nuevas tecnologías. Y medidas económicas y fiscales que oxigenen la dura situación de la mayoría de las pymes y autónomos, verdaderos generadores de riqueza y empleo de nuestra tierra, que sufren la asfixia de la falta de créditos y de la morosidad de las administraciones. Málaga está padeciendo de manera especialmente dramática esta crisis. Tradicionalmente es una de las primeras economías que nota los efectos de las recesiones, muy vulnerable ante cualquier cambio, pero también es cierto que la provincia es un detector afinado de la actividad económica, sensible a cualquier progreso, a cualquier brote, y por eso se recupera antes que otras economías. Pero le hace falta un empujón decidido del nuevo Gobierno, que adopte soluciones imaginativas y valientes, que trasciendan la mera política de recortes.

Málaga ha depositado su confianza en las posibilidades del PP y de Rajoy. Hay que felicitarlos por la victoria y desear que el nuevo presidente, aunque no pueda sacar una varita mágica como él mismo advirtió en campaña, sí tenga al menos el suficiente acierto para conducir con éxito al país a través de una tempestad económica y política que amenaza la propia supervivencia de Europa.