Después de la tormenta llega la calma»; con esa frase socorrida algunos próceres desean, siguiendo con su discurso liviano, dar una media verónica a la coyuntura que padecemos sin proyectarse definitivamente ante soluciones viables y concretas. Esta quietud que predican no aclara las circunstancias que en esta semana -como en la última época- se apoderan de lo cotidiano en nuestra ciudad: más de 4.400 afectados; 3.000 viviendas; 700 negocios y 750 coches, con una valoración de 15 millones de euros, es el monto de los daños provocados por la tromba del pasado sábado en la capital, sin agregar los 10 millones en infraestructuras y equipamientos públicos. Si a ello le sumamos la ola de frío polar continental que estamos soportando, nos quedamos aún más ateridos por la sensación térmica suscitada por el ínfimo presupuesto que la Corporación local presenta para 2013, con una disminución terminante en el capítulo de inversiones: tan solo un 7,3%, entrañando un 48% menos que en 2012, y que el regidor lo define como «el más transparente que haya habido€». Inadecuada acepción la de transparencia en estos momentos en los que el primer edil está sumido en el pago de viajes poco bienaventurados junto a su primera dama.

Cuando se cumplen 82 años de la publicación de La rebelión de las masas, escrito por el alumno del paleño colegio San Estanislao de Kostka, José Ortega y Gasset, su lectura la convierte en una obra actual y crucial, capaz de mostrar las penurias de una opinión pública hiperpolitizada y dedicada a diferenciar y encasillar todo lo real según parezca de izquierdas o derechas. La opción de Ortega deriva de una fe inexorable en la colectividad civil, y en su conciencia de vivir en una comunidad capaz de distinguir con claridad lo público de lo privado, lo social de lo personal, lo relevante de lo irrelevante; de pensar una sociedad entre personas que trascienda lo político, con la construcción de un proyecto común en diseñar la guía de las señas de todos los ciudadanos. Ilustres munícipes, léanlo y recapaciten.