Relegada del primer plano por la dimisión del papa, la campaña electoral italiana discurre fuera de foco. Sin embargo, su resultado influirá en el rumbo inmediato de la Eurozona, ahora perpleja ante la persistencia recesiva que se burla de las políticas de austeridad impuestas para cumplir «el objetivo del déficit». Fracaso en toda regla y crisis dubitante en los centros de decisión. La próxima Italia puede seguir siendo ambigua y tecnocrática si ganan los de Monti, alocada y ultra si lo consigue Berlusconi, o socialdemócrata con Bersani, que sería la opción más sensata cuando los abusos neoliberales han dejado al viejo mundo con un pie en el abismo. Salvo en España, que siempre lleva retraso, el centroizquierda puede ganar los gobiernos más significativos de Europa tras la reelección de Obama y el programa social que ya impone en EEUU contra viento y marea, libre de prevenciones electorales para 2016. El que un ultraconservador como el latino Marco Rubio se perfile como probable rival republicano casi garantiza otro mandato demócrata después de Obama. En Europa, laboristas y socialdemócratas pisan los talones a Cameron y Merkel. Los electores no toleran el binomio de opulencia y privaciones de los últimos años, habitual antesala de las revoluciones triunfantes.

Vale repetir que, por reacción automática contra los valores caducos, o por voluntad consciente, todos los paradigmas humanos están cambiando. Casi a diario son actualidad hechos y noticias impensables hasta que aparecen. El último es la dimisión del papa tras un proceso en que los secretos de la iglesia dejaron de serlo, sus finanzas se enajenaron de las necesidades de la gente y la diplomacia vaticana perdió su aura secular. Los últimos papas han tenido que ser embajadores de sí mismos, con un desgaste brutal , enormes dispendios por cuenta ajena y resultados volátiles que duran lo que dura su presencia. El patrimonio gigantesco en valores contables, la suntuosidad de los templos, la misma indumentaria jerárquica, y nada se diga de pompas y circunstancias con resabios imperiales, son tan propios del tercer milenio como la inferioridad femenina o el esclavismo.

No es malo desmitificar, si los llamados a ello tienen la iniciativa y no van a rebufo de rechazos o escándalos. Ahora mismo menudean en España los golpes de pecho por el «espionaje» a una dirigente catalana del PP, que en cuestión de horas se revela como práctica habitual de todos los partidos políticos, empecinados en los errores que envilecen. Práctica ilegal y, aún más, odiosa, desde luego; ¿pero cómo hay que calificar el silencio de dos años de la espiada, cuando probablemente recibió confidencias delictivas? No vale lavarse las manos. La sospecha inmediata es que escandalizan sobre lo uno para ocultar lo otro. Y asi va todo, guste o no, con unos políticos elegidos por los patidos, no por los electores, que no acaban de enterarse de que su mundo se ha estrellado a las puertas de este siglo.