Decía Descartes que no hay nada mejor repartido que la razón, porque todos estamos convencidos de tener suficiente€ Esto está bien, porque activa la autoestima, aunque algunas veces tanta autoestima produce desasosiego e intimidación, al menos a mí€ No sé, hay veces que tengo la sensación de que algunos evolucionamos aún más lentamente de lo que nos cuentan los evolucionistas, sobre todo en los aspectos más sutiles de la naturaleza humana.

La naturaleza de la experiencia es conocimiento en estado puro, y ni la experiencia ni el conocimiento deben ser objeto de ahorro, es decir, ambos son, en esencia, elementos de consumo de la naturaleza humana, y, como tales, deben ser administrados por los que los consumimos y por los que los prestamos. Si malos somos cuando nos negamos al conocimiento y a las experiencias ajenas, peores somos cuando nos negamos a prestar la experiencia y el conocimiento propios. En fin, a lo que iba, no nos perdamos€.

Pues eso, que pasa el tiempo y hay cosas que se repiten y se repiten sin evolucionar€. De pronto, un día, nos tropezamos con una razón de conveniencia en la que basar nuestros razonamiento -no pluralizo lo del razonamiento, porque algunos somos tan pobres que solo tenemos uno-. Algo así como si nos apareciera una luz que nos iluminara y nos enriqueciera, y, claro, así, enriquecidos, iluminados y sobrados de razón, pues, ¡hala, a la rica prédica, que predicar nos da lustre e ilustra al prójimo€.! Después, otro día, nos topamos con otra razón de conveniencia, antípoda de la anterior, y ahí vamos€: anatemizamos nuestra razón de ayer, nos atrincheramos en nuestra razón de hoy y, ¡hala, otra vez a predicar, a la rica prédica, ahora a contrario sensu€! Así es. Y lo peor es que nos quedamos tan tranquilos. Qué tíos... Somos como maestros filigranistas de la conveniencia. Aunque, claro, por muy filigranistas que seamos, la razón, en mayúsculas, nada tiene que ver con la conveniencia, en minúsculas. O sea, que es posible que nuestra conveniencia en mayúsculas, nada tenga que ver con nuestra razón en minúsculas. Mira qué cosa tú, Marilú...

Hombre, visto a la luz de la política moderna, que poco tiene que ver con la que debiera ser, y parafraseando convenientemente a Blaise Pascal, deducimos que la política tiene razones que la razón ignora€ Si a esto, además, le añadimos la que parece que fue la gran máxima del príncipe de Talleyrand-Périgord, que venía a decir algo así como que en política no hay convicciones, sino solo circunstancias€, pues, eso, blanco y en botella. Basta un parafraseo de conveniencia y el pensamiento de un príncipe y, voila, la razón está servida€ Ojo, si esta no nos conviene, da igual, tenemos otras€ Así de fácil. Esto es lo que me desasosiega y me intimida.

En turismo la cosa se manifiesta, sobre todo, cuando política y turismo se dan la mano y se adentran, por un lado, en la jungla de los productos, los destinos y las marcas, sin GPS turístico; y, por otro lado, en el manglar de las oportunidades políticas, con el mayor aparataje de navegación existente. Ahí, todos en su sitio: diríase que el turismo en la incoherencia y la política en la oportunidad. Una pena histórica.

Que Málaga o Marbella se vayan de feria juntos o separados del conjunto de la Costa del Sol es tan razonable como irrazonable turísticamente. Que la Costa del Sol se integre o no en Andalucía y Andalucía en España, igual. Cualesquiera de las teorías que existen sobre marcas y carteras de marcas justificarán científicamente la decisión turística en un sentido u otro. Otra cosa es la política, que, algunas veces, en lo turístico nos hace veletas.

Que la razón política defienda igual la inconveniencia y la conveniencia de que Málaga y Costa del Sol se ayunten para los asuntos de ferias, por ejemplo, es incoherencia turística. Que nuestra razón de hoy contradiga nuestros argumentos de ayer, que a su vez, contradijeron nuestros argumentos de hoy y nos quedemos tan tranquilos, no está bien. Está claro que hasta mi viejo reloj parado tiene siempre razón dos veces al día, pero la incoherencia turística nunca es buena. Las convicciones son las convicciones y la política es la política, según el príncipe de Talleyrand-Périgord, pero interpretar que todo vale, hasta la razón de la sinrazón, no está bien, presidente.