Una de las peores anomalías que vivimos en estos tiempos es el uso de conceptos muy recientes que se aplican a situaciones muy alejadas de la nuestra y en las que esos conceptos resultan totalmente inconcebibles. No sé en qué novela leí, por ejemplo, que una mujer madrileña y de los años 40 aparecía definida como «una mujer multiorgásmica», cuando por desgracia ninguna mujer madrileña y de los años 40 -en su sano juicio, se entiende- podía tener ni la más remota idea de que poseía aquella maravillosa cualidad. Por supuesto que podía haberla experimentado en algún momento de su vida -dichosa ella-, pero lo que es imposible es que supiera describir en términos conceptuales lo que había vivido de una forma totalmente azarosa y sin más ayuda que su experiencia práctica. Aquella mujer podía saber que tenía un extraño don que le permitía disfrutar de la vida de un modo bastante inusual -dichosa ella, repito-, pero en ningún caso podía saber que era «multiorgásmica». Y es que ese aspecto de la sexualidad femenina aún no había sido descrito ni nombrado en ningún sitio, ya que el primer ensayo científico en el que apareció esa definición fue el de Masters y Johnson a finales de los años 60 (y por cierto, Virginia Johnson, la estudiosa que hizo estas investigaciones con su marido, murió este verano a los 88 años).

Lo digo porque viene siendo habitual que se diga que Cataluña era una nación que fue derrotada por los españoles en 1714, cuando el concepto de nación que existía entonces se refería solamente a las naciones paganas de la Biblia o a las naciones indias del Nuevo Mundo. Una nación, en todo caso, era el conjunto de habitantes de una región o de un país (y un país, en aquellos tiempos, era casi siempre un reino), pero nunca un conjunto de habitantes regido por un mismo gobierno. En 1714 no existían ni la nación española ni la nación catalana, o sea que era muy difícil que una sometiera a la otra. Y por la misma razón, no se puede decir que los escoceses de William Wallace, tal como se cuenta en Braveheart, se alzaran en el siglo XIII contra los ingleses luchando por su libertad. En el siglo XIII la idea de libertad era muy limitada. Un siervo de la gleba sólo podía imaginar su libertad -la única que le resultaba concebible- como el privilegio que le permitía dejar de pagar tributos a su señor feudal o disfrutar de algunas prerrogativas que le habían estado vedadas hasta entonces (un derecho de paso, el uso de un campo, quizá la posibilidad de elegir a una mujer en vez de otra para casarse). Pero su idea de la libertad no iba más allá de estas cosas, así que era imposible que los escoceses luchasen por su libertad en el siglo XIII. Lucharían por otras cosas, por supuesto, pero no por ésta.

Hace unos días, todo un Conseller de Cultura de la Generalitat, Ferran Mascarell, se lanzó en un discurso patriótico a soltar una serie de acusaciones que están plagadas de anomalías conceptuales. Según Mascarell, España es una anomalía histórica perdida en su propio laberinto. Sí, de acuerdo, pero me pregunto qué país o qué nación del mundo -o qué persona, si a eso vamos- no es una anomalía histórica -y personal- perdida en su propio laberinto. ¿No sería la Cataluña independiente soñada por Mascarell otra anomalía histórica perdida en su propio laberinto? ¿Y no es la vida de cada uno de nosotros una maravillosa y a la vez inexorable anomalía que se repite todos los días? ¿Puede alguien explicar por qué está vivo?

En otro momento de su discurso, Mascarell dijo que las instituciones catalanas anteriores a 1714 respondían a un modelo político basado en el «republicanismo monárquico», y aquí es donde las palabras de Mascarell -que si la Wikipedia no me engaña es licenciado en Historia por la Universidad de Barcelona- entran de lleno en el terreno del delirio. ¿Qué es el republicanismo monárquico? ¿Ha habido en la historia alguna república que haya sido a la vez una monarquía? Es cierto que ha habido momentos de vacío legal en que un Julio César se nombrara dictador perpetuo de la república romana, o un Franco se hiciera nombrar regente de una monarquía que ya no existía en España -con lo que de alguna manera coexistieron legalmente la monarquía y la república-, pero eso no es aplicable a las instituciones catalanas anteriores a 1714. Y un conseller de Cultura -que además es licenciado en Historia- debería usar un mínimo de rigor lógico. ¿O no?