Habiendo dejado ya claro que soy partidario de una consulta en Catalunya, y de que se abra el melón de la Constitución para dar cabida a opciones que hoy ésta no contempla, debo decir también lo que me preocupa. No es la independencia, aunque me parezca absurda, costosa para todos e innecesaria, sino el estado de ánimo que la Diada de este año ha exhibido. Ese tono alegre, algo juguetón incluso, dominical, risueño hasta la exasperación, de «buen rollito», pero en el fondo iluminado, fervoroso, creyente, henchido de la impaciencia del que espera un milagro. A eso temo. Al fervor salvífico que hay debajo, calentando el puchero. Los días son largos, los problemas arduos, y cuando el gesto risueño se agote, y tal vez se pudra (algo que probablemente llegará) se buscaran enemigos, exteriores o interiores, para echarles la culpa. Temo a la mueca que queda cuando una sonrisa se congela.