Cada año que pasa me siento más viejo. Lo malo es me quedan pocas horas para sumar uno más a mi particular nómina. Y juro que no hablo de edad física, aunque ésta sea irrenunciable. Puede que la psicológica vaya por delante a tenor de los cambios tan drásticos que experimenta la sociedad en la que vivo y a la que, sinceramente, no me acostumbro. Nunca me había sentido tan en la retaguardia del pensamiento de los que presumen de ser modernos, muy progresistas y súper demócratas. Puede, por tanto, que yo todo esto lo entienda de otra manera. Que sea el raro. O puede que no, que realmente sea un incomprendido vanguardista ideólogo al que repugna, eso sí, el lenguaje políticamente correcto. Pero a veces temo y por ese temor, opto por callar. Lo que no deja de ser una paradoja, dado que mi opinión debería, en teoría, ser respetada por los adalides de la tolerancia, que a la postre suelen pecar precisamente de lo contrario. Esto me lo ha enseñado la experiencia, y esos años que me pesan.

La vida se ha vuelto majara. El mundo está al «verés», como diría el recordado Miliki. Los presupuestos aceptados ya no lo son. Y eso rompe los esquemas. Seguro que a usted, querido lector, también le pasa a menudo y también se siente coartado en su libertad para manifestar su pensamiento. Hasta ahora, por ejemplo, yo entendía que el bien superior era la vida y que ésta debía ser respetada por encima de todas las cosas. Que no podía haber nada más progresista. Ya no. Al contrario. Los que defienden esta creencia son trasladados de inmediato a la prehistoria y tachados de retrógrados, fascistas y machistas. Son borrados de la celebrada pluralidad, que está muy bien, pero oiga, parece que sólo cuando interesa. La falta de cortesía campea a sus anchas. Las garantes de la femineidad le echan un par interrumpiendo una misa en Colonia, pero me apuesto el mismo par a que no serían capaces de hacerlo en una mezquita iraní, jugándose una lapidación.

Me fío de la gente, de sus aptitudes, de que son responsables. El ser humano se diferencia de los animales por su capacidad de razonar. Soy fiel al principio de acción-reacción y creo firmemente en que nuestros actos tienen consecuencias. Son preceptos físicos. Aquí no tiene nada que ver la moral, la ética ni la religión. Tampoco las leyes de supuestos o plazos. El hombre ha inventado variados métodos previos para evitar males mayores. ¿A qué empeñarse en actuar a posteriori, cuando es demasiado tarde? Así que perdonen que me posicione, por si les perturbo, y diga no al aborto.