Para no ser analfabeto en el siglo XXI no será suficiente con saber leer y escribir. Es necesario adquirir otras competencias como, por ejemplo, una educación integral en aspectos económico financieros que posibiliten el correcto desempeño social de los individuos.

Si analizamos la crisis actual podremos dar una lección acerca de la importancia de educar financieramente a la población. El analfabetismo financiero era prácticamente extensible a toda nuestra sociedad: a los consumidores, a los profesionales de entidades financieras que muchas veces no sabían lo que estaban comercializando, a los supervisores financieros que no disponían del instrumental adecuado para evaluar correctamente el verdadero alcance de los riesgos...

A raíz de la desregulación del sistema financiero en las últimas décadas se produjo un crecimiento de la concentración de la oferta de servicios financieros y un aumento exponencial en cantidad y en complejidad de los mismos. Sin embargo, ese proceso no se vio acompañado de una mejora de la educación financiera de la ciudadanía provocándose una brecha social cada vez más amplia que colocaba al ciudadano en una posición de debilidad frente al sistema financiero.

El premio Nobel de Economía en 2013 Robert Schiller en su libro Finance and the good society habla de democratizar las finanzas según afirma: «La educación financiera es una cuestión importante que no está bien solucionada. Las escuelas deben ofrecer formación financiera en todos los niveles educativos...».

Una vez aceptada su importancia las siguientes cuestiones que deberíamos resolver son: ¿qué canal es el más apropiado? y ¿qué clase de educación financiera deberíamos enseñar? Respecto a la primera, parece que también existe cierto consenso en que éste debería ser el sistema educativo porque, entre otras razones, es el mejor garante de la imparcialidad del conocimiento ya que evita la inclusión en los contenidos de intenciones mercantilistas espurias. En relación a la segunda, entiendo que debemos enseñar aquel conocimiento que sirva para que puedan utilizarlo en beneficio propio.

Pero, ¿cómo introducirla en el currículo oficial? Si aceptamos un currículo basado en disciplinas, pienso que la transversalidad en primaria y primer ciclo de secundaria no es una mala opción. Pero a partir de tercero de la ESO es necesario que el alumnado tenga cierto dominio técnico que requiere de una determinada especialización que no se puede adquirir de forma transversal porque si se hiciese de esta única manera al final nos quedaríamos en el mundo de los valores. El problema radica en que las materias clásicas parecen estar cerrando el paso a las nuevas necesidades educativas como la educación financiera. Por consiguiente, realmente el escollo radica en ¿qué quitar?

Mientras tanto, este conocimiento sigue inexplicablemente apartado del currículo oficial pese a que el año pasado fue evaluado por PISA. La mediocridad en competencia matemática que presentaron nuestros alumnos tiene mucho que ver no sólo con las diferencias socioeconómicas, sino también, con lo que en esas pruebas se preguntaba. Evaluaban por primera vez aspectos económicos financieros y, claro, nuestro sistema educativo no había dado previamente respuesta a esa necesidad.

No sabemos hasta qué punto resulta suficientemente ambicioso el actual tratamiento transversal de la educación económica financiera en nuestro sistema educativo, especialmente cuando se contrasta con las consecuencias devastadoras ocasionadas por la ignorancia financiera en nuestra región. Tomar en consideración ambas fuentes de costes debería servir para justificar el papel protagonista que este tipo de conocimiento debería de tener en cualquier proyecto de reforma educativa futura que quisiera plantearse.

*Andrés Ángel González es doctor en Economía y miembro del proyecto EDUFINET y María Soledad Aneas Franco es profesora de

Economía del IES Pablo Picasso