Seducir proviene del latín seducere, apartar a alguien de su camino. Desde la muerte de Franco, el Rey y la izquierda republicana han venido seduciéndose. «Los reyes aman a quien habla con acierto», reza el salmo que la soberana británica Victoria mandó esculpir sobre la lápida de su apreciado Disraeli. El escritor y aristócrata fue un político brillante. Tenía por norma no contradecir a nadie y olvidar algunas veces. Juan Carlos I, los comunistas y los socialistas olvidaron y acertaron. O acertaron porque olvidaron.

La grandeza la desvelan las renuncias antes que las conquistas. El Rey cojeaba y la muleta izquierda lo sostuvo. La izquierda se alejó de la república y el Rey, de la vieja tropa de camisa azul y añoranza. Con la derecha de la sedición no podía funcionar la seducción. Juan Carlos I y los franquistas transitaban por la misma vía, sobraban las estrategias de acercamiento. Sólo necesitaba disciplina y lealtad para mantener la fila. La izquierda hizo el mayor sacrificio, traicionando su esencia antimonárquica, pero ganó a cambio tres décadas de prosperidad y estabilidad, principal valor de las naciones modernas.

Socialistas y comunistas, hermanos mal avenidos en disputa por la herencia proletaria, tienen múltiples cuentas pendientes. Repudian la cercanía ideológica. Con el tiempo, quizá sin pretenderlo, han convertido su puja en una defensa alterna del inquilino de La Zarzuela. Carrillo fue el primero en arriar la enseña roja, amarilla y morada del salón de sesiones del Comité Central. Era entonces el PSOE quien no creía en el carisma de la Corona, ni en el origen hereditario del poder. Hoy, el comunista Cayo Lara sueña con vivir lo suficiente para ver la III República y el presidente socialista de Asturias, Javier Fernández, integrante de una familia republicana con muertos por la represalia, proclama que no hay motivo alguno para el derrocamiento.

Churchill consideraba a los españoles vengativos: «El odio los envenena». No hay quien comprenda a este país veleta. Hasta hace una semana había que jibarizar a la clase política. Ahora hay que votar un cargo nuevo. Y confiar en que el dios electoral no juegue a los dados situando a Aznar como presidente de la República y a Carme Chacón en la presidencia de Gobierno. O a Rubalcaba al frente de la República y a Rajoy en el Gobierno. Las combinaciones entre afines pueden resultar más incendiarias.

Los males de España son el adanismo y la simpleza. Tanto tiempo exigiendo renovación y para un relevo natural que se produce hay que romper la baraja. Cualquiera empieza una actividad aquí como si nadie la hubiera ejercido, sin tener en cuenta los posos y los logros. La Transición, propiamente. Asimilar la baja calidad de la democracia a la forma de Estado es una aberración interesada de los que embarran el campo para propinar patadas que parezcan resbalones.

No hay sistemas perfectos, ni por definición buenos. Los construyen lo acontecimientos y el devenir de los ciudadanos. Cuando dan resultado ¿para qué tocarlos? Hubo referéndum. Votando la Constitución los españoles legitimaron la Monarquía parlamentaria como forma de representación neutral, profesional y hasta teatral. Con pragmatismo, primero el PCE y luego el PSOE así lo entendieron. Como dos siglos atrás Jovellanos: España no lucha por los Borbones. Lucha por sus libertades.