El pecado original, ahora lo sabemos, era la deuda. Olvídense de las interpretaciones que relacionan la manzana con el sexo. El sexo viene después de la deuda, para vengarse de ella, y para asegurar una progenie que la salde. Venimos al mundo con una deuda, esa es la idea al menos del capitalismo rampante. Monserrat Gomendio, secretaria de Estado de Educación, o algo por el estilo, acaba de proponer la sustitución del programa de becas por un programa de préstamos. Si usted quiere ir a la universidad, solicite un crédito que liquidará cuando termine la carrera, en cómodos plazos que pueden durar hasta que cumpla cuarenta o cincuenta años. Ya entonces habrá tenido que hipotecarse también con el nacimiento de su hijo (ahí está, ahí está, el pecado original) y con la adquisición de la vivienda. La vida como deuda. Irán al cielo los que al expirar la hayan saldado. Los que no, al infierno, después de haberles despojado lógicamente de sus órganos. Un hígado en buen estado puede equivaler a un año de carrera.

Los expertos en economía que ahora mismo dirigen el mundo son, sin excepción, partidarios de la deuda. De que la vida sea un préstamo. Y lo es, porque tarde o temprano te mueres, lo que es un modo devolverla. Quizá han tomado de ahí el concepto. Si la vida es un crédito, todo lo que uno posee también. ¿Y los ahorradores? Los ahorradores son gente convencida de que no se va a morir. Interrumpen el flujo monetario natural. Son una peste. Por eso, de vez en cuando conviene darles un susto. Las preferentes han sido un modo de ponerles en su sitio. ¿No quieres deuda? Toma ruina. Pero disponemos de sistemas más sofisticados: la devaluación, por ejemplo. La devaluación, en muchos países, sirve para dar un bocado a los depósitos de los ahorradores. Significa que usted se acuesta con cien euros y se levanta con setenta. ¿Y el resto? El resto es una multa, por ahorrar. Hubo un tiempo en el que venerábamos el dinero. Ahora veneramos la deuda. Con la deuda le controlan a uno a distancia. Te vuelves más dócil que un caniche. Puedes negarte a pedir préstamos, pero entonces no podrás ir a la universidad y serás un zote toda tu vida. Un zote que solo pagará a plazos la nevera y televisor. O sea, un paria.