Te casas con un tipo gris, normalito, buena persona, aseadito y sin relumbrón, y de pronto, se cree la última coca-cola del desierto y empieza a tratarte como a un felpudo y a ponerte los cuernos. Esto es lo que, según coinciden en señalar varias esposas de políticos, les ocurre a sus maridos en cuanto tocan poder. Al menos en Francia. Así se refleja en un libro que se acaba de editar y que, bajo el título Juegos peligrosos en el Elíseo, refleja los sinsabores que sufren las esposas de los altos mandatarios. La autora, Catherine Rambert, ha recabado opiniones de varias de estas mujeres que se lamentan de la transformación que han sufrido sus parejas y que en más de un caso les ha llevado al divorcio. Ahí está François Hollande, bastante feillo el hombre, y con un historial sentimental de guiness; o Mitterrand, con una hija extramatrimonial; o Strauss-Kahn persiguiendo a una limpiadora de un hotel por toda la habitación. Son solo algunos casos de los muchos que, según la autora del libro, afectan a las esposas de los altos cargos franceses que se transforman como gremlins en cuanto los pones tras la mesa de un despacho. Lo de la erótica del poder se da por asumido, y, no seré yo quien entre en este lodazal, pero en España también daría la cosa para escribir un libro; y aunque los últimos inquilinos de la Moncloa no parece que hayan sucumbido a los efluvios sexuales que respiran sus colegas franceses -al menos que sepamos-, los chascarrillos sobre las infidelidades, aventurillas y algún que otro escándalo pueblan los mentideros de congreso, de algunas autonomías y de más de un ayuntamiento además de un montón de consejos de administración donde, igualmente, a algunos les pones una cartera de piel en la mano y se creen George Clooney. De la atracción que suscita el poder da cuenta el hecho de que muchos de estos tipos tienen, al menos en apariencia, el encanto de una iguana, y sin embargo los ves con chavalas jóvenes despampanantes colgando del brazo. Pero dicho todo esto, tengo una duda. ¿A las mujeres también nos transforma el poder? ¿Al alcanzar un alto cargo nos creemos jóvenes y bellas merecedoras del peloteo de una corte de aduladores? Fijándome en Angela Merkel, por poner un ejemplo, me da que no, aunque está en minoría frente a una legión de hombres poderosos. Ya me alegraría yo de que hubiera suficientes mujeres en cargos de poder para comprobarlo. Me comprometo entonces a escribir un libro hablando de los pobrecitos maridos.