Brasil perdió la primera final anticipada con Alemania y de manera vergonzante, y ahora disputa dos: la primera, contra Holanda por el tercer puesto y la segunda, contra Argentina que juega contra Alemania. Brasil desea tanto como derrotar a los holandeses para lavar la imagen, que los germanos derroten a los argentinos. La rivalidad contra Argentina es tan febril como con Uruguay. La primera gran manifestación brasileña por un triunfo futbolístico fue al vencer a los argentinos.

Fue tal la emoción y la satisfacción que supuso el triunfo que, además de casi adorar a los triunfadores, la bota con la que Arthur Friendenreich (el mayor goleador de la historia brasileña por encima de Pelé) marcó el gol de la victoria fue expuesta en un escaparate como un exvoto y por el pasaron miles de entusiastas persignándose. En 2014 perder en las semifinales fue humillante y a ello se añadió otro acto doloroso, es decir, la clasificación para la final de los vecinos.

Tras la decepción de Belo Horizonte volvieron a producirse actos violentos en la calle. Ello estaba en el ambiente. El fútbol podía servir de tapadera y la presidenta Dilma Rousseff confiaba en hallar en los goles de Neymar el bálsamo necesario para que el descontento general se viera tamizado. El fútbol ha sido utilizado en numerosas ocasiones como el considerado opio del pueblo. Las dictaduras especialmente, y en algunos casos en situaciones democráticas, el balón ha servido como placebo. Sin duda alguna en el propio Brasil y no cuando en ocasiones como la actual no ha mandado el dictador de turno, los triunfos balompédicos han difuminado la tristeza política.

Brasil necesita ganar a Holanda y rezará para que también lo haga Alemania.

Nunca un partido de fútbol ha tenido tanta carga social como el que va a disputar Brasil con Holanda. Tampoco nunca había tenido tantas razones para reivindicarse la selección que ha sido cinco veces campeona del mundo. Scolari pasará a la historia como el seleccionador que malversó los valores futbolísticos del país. El juego practicado por los componentes del equipo nacional ha sido censurado en todos los medios del país. Como canta Raimón, quien pierde la raíces pierde la identidad y ello le ha ocurrido al equipo dirigido por Scolari, que ha buscado una fórmula que nunca había sido propia de Brasil. Tal vez el principal problema no es sólo este, sino la ausencia de jugadores comparables a los de otras épocas. Y esto era lo más difícil de aceptar. La desaparición de jugadores maestros en el "jogo bonito" ha llevado a Brasil a la histórica derrota frente a Alemania.

Holanda podría ahondar en la herida. Si tal sucediera nunca se viviría un mundial tan dramático. La caldera ya está en ebullición.