El cardenal Rouco: otro enemigo de Rajoy que desaparece. El presidente es Moisés en el Mar Rojo. En su propia casa o en la bancada roja, en el templo o en la plaza pública, los rivales, como las aguas, se abren para franquearle el paso. Nadie rezaba un avemaría por su mandato y no hay otro dirigente tan fino en la orfebrería del desnucamiento. Algunos dicen de este hombre que nada hace. Y, que se sepa, no lo hace. O bien lo calla, sin una mala palabra, sin una estridente acción. Lo suyo, elegido por el dedo del césar, señalado por los senadores como marioneta, tiene mucho de éxodo. Milagro mariano a milagro mariano, sigue en la tierra prometida.

Ser gallego no basta para conectar con otro gallego. Decir que Mariano Rajoy se lleva mal con alguien es pecado. Imposible con su talante. Pero las relaciones con Rouco eran frías desde hace mucho. Al cardenal emérito le gusta marcar el paso en la procesión de la política. Es prelado de los de pensamiento inamovible y vigilancia férrea. Más en la onda del orden, aznarismo puro, que en la de lo ordenado, el mundo-Rajoy de registrador.

En alguna medida, Rajoy es a la política lo que Osoro, el sucesor de Rouco, a la Iglesia. Líderes sin liderazgo para recuperar la tierra abrasada. Sin abalorios, sin presunciones intelectuales, sin afán de dejar impronta. Estaban en el sitio adecuado, en el instante justo. «Soy un hombre de la calle», proclamó Osoro. En traducción laica, el «soy previsible» rajoytiano. Timoneles para un tiempo de transición sin barroquismos.

El Papa manda un mensaje externo: el Vaticano desea diálogo. Eso significa Osoro. Dominio de la distancia corta y trato exquisito. Frente al Rouco hosco, buena facha. Su credo confesado: «Voy a hablar con todos, creyentes y no creyentes, los que me acepten y los que no». No esperen en el futuro torrentes de pensamiento eclesial, pero sí puentes. Osoro, arzobispo de la escucha, del aperturismo tras la oscuridad. A ver cómo guarda esos talentos.

El Papa lanza otro mensaje interno: feneció el rouquismo. Sin miramientos. Quien siga agarrado a esa cordada quedará colgado en la pared. Frente a imponer, recomponer. Lo pastoral por delante del derecho canónico. Aquí paz y después gloria.

Lo de Osoro es un carrerón. A cinco años por diócesis, en la cúspide en dos décadas. El cardenalato caerá pronto. La presidencia episcopal, por lógica, en un trienio. Le ha tocado representar el símbolo del cambio. Meteórico, y sin que sus compañeros purpurados le colmen de halagos. Igualito que Rajoy, al que ya sólo le falta llegar a Papa. Todo se andará. Viendo su parabólico camino de conversiones, quien pueda aseverar lo contrario, que arroje la primera

piedra.