Desfiladero, peligro, buitreras, precipicio, cable, túneles, trilobites, garganta, viento, tubería, cielo, falla, vértigo, montaña, presa, infancia, tren, pantano, árboles, vías, Gaitanes, Álora, Ardales, Antequera, Guadalhorce: El Chorro. Llegar en tren y asomarse a la ventanilla cuando sale y vuelve a entrar en la roca a través de túneles que discurren a cien metros de altura. Algunos lo hacíamos de chavales. Y luego nos subíamos allí, por aquel caminito en la pared de la roca. Nos empujábamos incluso, ingenuamente inmortales a esa edad. Jugábamos a mirar abajo por aquella pasarela sin apenas ya barandilla y con el piso agujereado y derruido, inconscientes, atravesando adolescentes uno de los sitios más peligrosos, y bellos, del mundo.

Caminito del Rey

Hay mucha política este fin de semana en Málaga y provincia. Susana Díaz y Rajoy vienen a decirles a los suyos que esta vez todos pueden, pero sin que se les escape un «Podemos» en la arenga. Hablar de ello es relevante, pero es que ayer un grupo de amigos, desconocidos que nos hicimos conocidos colgados del desfiladero, periodistas, la rectora, un responsable de la Vuelta ciclista, un mediador de rodajes de películas, un galerista de galeristas, un constructor, un arquitecto, ingenieros, incluso un alcalde socialista, invitados por el presidente popular de la Diputación de Málaga, nos convertimos durante una mañana laborable en turistas de riesgo, en avanzadilla en preestrenar la rehabilitación del sorprendente Caminito del Rey, el itinerario imposible que el conde de Guadalhorce mandó construir para que trabajadores y monarca, Alfonso XIII, lo pasearan en 1921 en la inauguración de la presa que lleva su nombre.

El pantano

El conjunto es una colosal obra para aquellos años y para éstos. Uno de los mejores sitios para visitar del mundo, según Lonely Planet. Un pulso a la naturaleza. Caminar subidos a las barbas de la montaña quebrada y erguida que un día estuvo sumergida bajo el océano. En su pared rocosa, además de las fotos de quienes se dejaron la vida en provocarla, algún fósil habla de su existencia subacuática hace 20 millones de años (año más, año menos). No llega a un millón de años, pero mientras pisábamos los listones de madera que forman la pasarela de bajo impacto por la que finalmente se ha optado para recuperar el Caminito del Rey, recordé los años en que aquellos chavales nos subíamos en las bicis y buceábamos por el interior de la provincia. Cómo volvíamos a casa con varas de caña de azúcar (y alguno una vez con un tiro de sal en el culo). Cómo nos bañábamos en el río los veranos tirándonos desde las ramas de los eucaliptos en Aljaima. O cuando íbamos en el tren al Chorro, cómo probábamos nuestro miedo en lo alto. «Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos», dice el verso de Neruda.

El desfiladero

Pero el desfiladero sigue ahí. Y los buitres serán otros que los de mi adolescencia (suelen vivir unos 15 años en su hábitat natural), pero los buitres siguen sobrevolándolo. El desbloqueo de su rehabilitación por quienes ahora gobiernan en la Diputación (una rehabilitación impulsada inicialmente por la anterior corporación con un proyecto distinto) es una feliz noticia. La comarca malagueña del Guadalhorce tendrá a finales de marzo su mejor revulsivo abierto al público. Apuntarse solo o en grupo se podrá hacer a través de la web o por teléfono, de una forma similar a cómo se visita la Alhambra. Se permitirán hasta 300 visitantes a la hora. No habrá demasiado problema, por tanto, a diferencia de las restricciones lógicas que sí tiene el monumento nazarí. El horario será más corto en los meses de menos luz, ya que sería absurdo asumir el riesgo de transitar el caminito elevado de noche. Y habrá que tener en cuenta el frío y el viento que acuchilla los Gaitanes en invierno.

La garganta

La entrada costará unos cinco o seis euros e incluirá el viaje en la lanzadera de vuelta al punto de salida, al lado de la capilla, tan curiosa como estéticamente mediterránea, que también apadrinó Rafael Benjumea y Burín, aquel conde de Guadalhorce que impulsó la presa que hoy sigue produciendo electricidad. Algún emprendedor del lugar debería ir pensando en montar una guardería de naturaleza, o algo así, para que las familias con niños pequeños puedan dejarles con tranquilidad mientras hacen el caminito completo. Otros emprendedores, sin embargo, llevan allí muchos años y merecen los beneficios que les aportará el nuevo trasiego de visitantes. La Garganta, en concreto, es un negocio familiar iniciado por el padre y renovado por los hijos. Haber reconvertido el interior del imponente edificio sobre el embalse, una antigua fábrica de harinas de principios del siglo pasado, en habitaciones con encanto, y haberle imprimido a su restaurante un genuino sabor local con un punto de innovación, les convierte en una opción que merece la pena recomendar…

Porque hoy es sábado.