A medida que entraba en el país de los profanos, me parecía que yo mismo me volvía profano -algo así escribió Charles de Secondat en sus Lettres persanes-. Inmortal la sabiduría de este hombre universal, padre de la teoría de la separación de poderes de la que todos los estados políticos libres presumimos, mientras, con desprecio, la manoseamos esforzándonos en colocar nuestras fichas en el tablero de manera que ninguno de los poderes nos salga respondón. Las Cartas persas del Barón de Montesquieu dan luz satírica a cómo de cachondos somos los humanillos cuando nos juntamos para poner en orden nuestra convivencia. Somos la hostia...

Además de por nuestra dualidad doctor Jekyll/míster Hyde, los terrícolas nos distinguimos del resto de los animales terrenales por nuestra inconmensurable capacidad de asimilación contra natura. Por ejemplo, véase cómo los humanos, cuando nos sumergimos en la medicina como ejercicio médico, asimilamos sus protocolos, y cuando nos sumergimos en el Ministerio de Sanidad como ejercicio político, también asimilamos sus protocolos, pero solo accidentalmente tienen algo que ver los protocolos del ejercicio médico con los protocolos del ejercicio político. Es más, los protocolos políticos del Ministerio de Sanidad demasiadas veces impiden los buenos protocolos médicos del ejercicio de la mejor medicina. Cuando las estructuras del sistema desestructuran los principios y razón de ser del sistema solo nos queda la esquizofrenia.

Hace años tuve acceso al texto de una conferencia del actual Dalai Lama en la que manifestaba su sorpresa por cómo los terrícolas desestructurados perdemos la salud para ganar un dinero que después gastamos en recuperarla. Y por cómo nos pasamos la vida pensando en el futuro para huir del presente. Y por cómo vivimos como si nunca hubiéramos de morir. Y por cómo morimos como si nunca hubiéramos vivido. Sin mencionarlo, hablaba de disfraces alienantes. Por ejemplo, los travestismos políticos, cuando los hay, nos empujan a asimilar códigos de estructuras particulares que actúan como variables de la desestructuración de los principios naturales generales. Francamente, no creo que la cuestión se explique simplemente porque somos muchos y/o porque los humanos, por naturaleza, somos excesivos, que decía don Camilo. Me niego a asumir que nuestra falta de moderación sea un defecto de fábrica. Algo de torpeza y de consciencia ausente habrá en el asunto, digo yo...

En la actividad turística, igual. También somos excesivos. La modicidad, la moderación, brilla por su ausencia en nuestros quehaceres turísticos asiduamente. El viejo apotegma aquel que aconsejaba que para triunfar debemos parecer locos, pero ser prudentes, a los turísticos se nos escapó y sigue escapándosenos de nuestras gráciles y ágiles entendederas turísticas. Diríase que el día que explicaron aquel viejo apotegma muchos de nosotros faltamos a clase. Nuestra historia es un mamotreto lleno de páginas de entrega y de trabajo, pero con muchos más capítulos de locuras que de prudencias, y con más andanzas estocásticas y suertudas que de ciencias y conciencias. Y continuamos para bingo...

Los turísticos somos compulsivamente vehementes, tanto, que transfundimos la vehemencia de la tribu a la mismidad de los destinos turísticos. Y los destinos turísticos, como los seres humanos desestructurados, se vuelven profanos y pierden su salud y su identidad mientras ganan un dinero que después -cuando ocurre- se invierte en procurarles atributos turístico-ortopédicos, que más tienen de ejercicios de huida hacia adelante que de rumbos a buen puerto. Y terminan desestructurándose por el científico método de: ¿Modicidad, dices...? ¡Te-quié-ir-pisha...! ¡Caja-lo-que-cuenta-es-la-caja...¡ Y aceleran su ciclo de vida y de muerte.

Sin pretenderlo, el párrafo anterior me ha movido a nuestra Málaga, la capital. Y me he entristecido, porque están ocurriendo cosas mágicas que no se justifican solo con nuestros esfuerzos y nuestro trabajo. Alguna intervención celestial y/o estocástica y/o suertuda hay por ahí. Y me he entristecido porque veo cómo Málaga empieza a morir un poco, de vanagloria, que es gloria vana, en lugar de embarazarse de ciencias y consciencias que es de lo que habría de preñarse. El tren de la oportunidad pasó por Málaga y Málaga supo subirse en marcha y viajar en él, pero ya toca otro tren, el de la modicidad no profana. Y toca definirnos. Y toca huir de la profanidad. Y toca pararnos y tomar consciencia de qué somos y de qué podemos ser... Lo que nos gustaría ser no es relevante, porque no todos podemos ser todo siempre. Pero sí todo lo contrario.