Que no. Que el debate sobre la Mundial no es ese, por mucho que los zorros lo planteen en esos términos manidos, mientras merodean alrededor del gallinero. Es más: cada vez que ciertas voces del entorno ladrillero-empresarial invocan la palabra «progreso», en alguna parte del mundo arde una biblioteca. Todavía gozan de predicamento en determinados sectores las ideas decimonónicas higienistas, propias de los tiempos del tifus y del cólera, que asocian antigüedad y patrimonio con lastre y ruina, y fomentan activamente la conexión mental de esos conceptos. Sin embargo es la Unesco -ese nido de adolescentes románticos ávidos de detener la maquinaria del progreso- quien dice que «el patrimonio urbano genera rendimientos muy superiores a los de las zonas desprovistas de interés cultural o histórico», y plantea la idea de paisaje urbano histórico que «va más allá de la conservación del entorno físico para abarcar el entorno humano en todos sus aspectos, materiales e inmateriales», mientras recomienda «definir los objetivos y las acciones de conservación a través de una planificación participativa y en consulta con las partes interesadas» y «evaluar la vulnerabilidad del patrimonio urbano frente a las presiones socioeconómicas». La Unesco, esos perroflautas. El caso de Hoyo de Esparteros no trata de modernidad frente a conservación: es especulación.

Rafael Moneo, el arquitecto que ha dado forma al desmesurado aumento de volumen y a la destrucción del trazado urbano urdidos por la promotora, ha venido a Málaga a explicar las bondades del proyecto; un gesto innecesario ya que los actores han reformulado ahora la cuestión de modo más sincero, lo cual se agradece: si queréis que os devolvamos vuestra ciudad, el rescate que tendréis que pagar será muy cuantioso.