"A Tina le duelen los oídos, le gustaría no tener ojos. ¡Dios cuántos niños solos!" Lo que yo sabía de La Desbandá (como se le solía llamar a aquel éxodo silenciado y como titula su novela más conocida el malagueño Luis Melero) me lo contó mi padre de su propio recuerdo dolorido, ya octogenario, una tarde inesperada de cine y confidencias (ya lo narré en un artículo publicado otro febrero de hace unos años). De todo aquello luego supe más gracias al profesor Jesús Majada, artífice de la puesta en valor en España de la figura de Norman Bethune, el hematólogo y humanista canadiense que anduvo intentando salvar vidas hasta su muerte, en 1939 en China. Murió por septicemia, precisamente por haberse cortado en un dedo operando de extrema urgencia en plena segunda guerra chino japonesa. En ese otro infierno nunca distinguió entre heridos de uno u otro bando a la hora de atenderles, a pesar de que siempre tomó partido por la izquierda en aquel contexto histórico. En Pekín tiene un imponente monumento que le recuerda, en el castillo de Wanping, al igual que en Montreal. Y una placa en Málaga...

El doctor Bethune también anduvo, con su peculiar unidad móvil de transfusión sanguínea, salvando todas las vidas posibles de entre quienes huyeron por la carretera de Almería, el 7 y el 8 de febrero de 1937, desde una Málaga a punto de ser tomada por el que sería el bando vencedor de la horrenda Guerra Civil.

La frase del principio de esta columna la contiene un magnífico artículo de Enrique Benítez publicado ayer en La Opinión, cuando se cumplían 80 años de aquella huida de Málaga (un artículo que no podía contar mejor y en tan poco espacio más cosas ni más documentadas y con su bibliografía jugosamente reseñada). La frase pertenece a la novela Tiníssima, de Elena Poniatowska -que también recomiendo-, basada en la igualmente entregada vida a los demás de la fotógrafa Tina Modotti, polifacética mujer que, como Bethune, murió demasiado joven, haciendo valer el aserto de que demasiados buenos se mueren, se nos mueren, demasiado pronto.

Me gusta mucho la cara de Tina -se la puede mirar en la fotografía que ilustraba el artículo de mi amigo o rastreando su biografía por la Web-. Tina Modotti fue una chica guapa. En la foto en blanco y negro y ya algo sepia se aprecia que tenía una boca preciosa y unos ojos serenos, aunque algo cansados. También Bethune (con quien trabajó codo a codo, sangre a sangre en Almería) tenía una cabeza hermosa, aunque sea sólo casualidad y no, como creía aquella corriente pseudocientífica, que la virtud vaya siempre unida al atractivo físico y a las adecuadas proporciones del rostro. Pero mirándola no dejo de preguntarme, acostumbrado a ver la crueldad y el egoísmo del ser humano destacados como cebo para la audiencia en cada telediario, qué mueve a espíritus como los suyos. Por si se pudiese fomentar, esparcir, contagiar, distribuir,€ o inocular como vacuna contra la impavidez de nuestro tiempo.