Hay fechas que nunca debieron ocurrir. El pasado 30 de agosto, por ejemplo. Tan es así, que, cuando en la mañana del 31 de agosto pasé la hoja del calendario correspondiente a la víspera, pude ver y sentir cómo la hoja asesina del día 30 de agosto se llevaba pegadas a ella dos partes infinitas de las entrañas más hospitalariamente entregadas de mi alma. Solo dos certeros tajos enmascarados y traicioneros le bastaron al 30 de agosto para herirme de muerte. El primero fue un mandoble de fuera adentro, el segundo de dentro afuera. Tan precisos fueron ambos que aun me mantienen grogui en la parte más adolorida de mi universo interior.

Además del 30 de agosto pasado, hay fechas que, in extenso, complican el ya difícil ejercicio de integrar en la consciencia que todo lo que ocurre, ocurre para algo, y que ese algo forma parte inseparable de un perfecto orden establecido.

Por ejemplo, ahora me refiero a una fecha más amplia, ¿para qué todos los septiembres han de oler a "lengua quemada"? Septiembre huele a "lengua quemada" como las concentraciones moteras durante los grandes premios de motociclismo huelen a "rueda quemada". Quemar rueda y quemar lengua son conceptos análogos, quizá porque cada cual nos pavoneamos como podemos.

Diríase que, cuando la alta temporada nos queda a pocos largos por la proa, el natural político de los voceros político-turísticos los empuja a quemar lengua teorizando sobre la inigualable grandeza de su gestión, que convertirá el territorio de sus competencias en la tierra prometida. Tantas tierras prometidas como voceros, claro. Después llega septiembre y a los turísticos de raza nos toca sufrir la cacofonía carcunda del déjà vu de todos los septiembres. Da igual lo que haya ocurrido, toca quemar lengua. "España va bien", que decía el presidente Aznar. Se trata simple y llanamente de encajar los hechos en las teorías, en lugar de las teorías en los hechos, y ya estဠ¡Todo arreglado! O sea, irresponsabilidad en carne viva, como poco.

Ver y/o escuchar cada septiembre al mistagogo de turno explicando los arcanos del turismo a su favor me sobrepasa. El olor a lengua quemada de cada septiembre y la estólida cantinela de que "la cosa turística va bien porque el empleo y los ingresos crecen, y porque eso aporta riqueza al ciudadano" o incalificables autoditirambos del tipo de "todo lo bueno que ocurre es gracias a nuestras excelsas iniciativas emprendidas y a nuestras estrategias para resaltar nuestros elementos diferenciadores respecto de los competidores", francamente, cada vez me ruboriza más. Erubescencia ajena, tal vez.

En pocos días, antes de despedir a septiembre, todos celebraremos las novedosas iniciativas de nuestros próceres turísticos para el curso promocional turístico que empieza. Esta vez me da que se tratará de la novedosa filosofía de llevar a cabo acciones de choque en los mercados equis, i griega y zeta, en pos de recuperar la penetración perdida. Se tratará de acciones novedosamente espectaculares nunca antes vistas en el mundo mundial, que permitirán incrementos en las cuotas de mercado desconocidas hasta ahora. ¡Señoras y señores, no se lo pierdan, pasen y vean...!

Me atrevo a vaticinar que los novedosísimos objetivos de este septiembre serán, entre otros de menor calado, digo yo, la fidelización y el aumento del número de consumidores turísticos, la potenciación de la calidad de los clientes y el incremento de su gasto per cápita. ¡Toma ya, tú...!

Y yo me pregunto: en un escenario en el que el objetivo es "vender" experiencias y emociones, innovando cada vez, ¿qué capacidad de fidelizar tienen nuestros destinos, uno a uno, para sorprender al mismo universo objetivo de clientes con experiencias y emociones nuevas cada vez? ¿Cuál es el ciclo de vida de una emoción? ¿Y el de una experiencia?

¿Cómo elevar la calidad del consumidor turístico y su gasto per cápita en un destino no diferencial? ¿De qué diferencia verdaderamente inimitable gozan nuestros destinos en la actualidad?

El perpetuo déjà vu de septiembre me agobia y quizá no sea una mala idea proceder con la misma medida que he decidido llevar a cabo cada 30 de agosto.

A las cero horas de todos mis próximos 30 de agosto adelantaré mi reloj veinticuatro horas. Todos mis agostos venideros pasarán del día 29 al día 31 sin que medie frontera alguna entre ambos.

Vade reto 30 de agosto. Vade retro mes de septiembre.