El título de este artículo responde a una máxima clásica que figura en buena parte de los viejos relojes de sol. Habla de las horas, del tiempo, del transcurrir de ambos. En realidad vulnerant omnes, ultima necat viene a decir lo mismo que la también latina y más socorrida y conocida paremia tempus fugit, pero con mayores capacidades de aplicación generalista. Trataré de explicarme:

Hay quienes se empeñan en demostrar hasta la saciedad que cuando faltan las iniciativas innovadoras argumentadas, todo vale para brillar en política. Hasta la desmesura, el embolismo y el mal estilo en este caso. Me estoy refiriendo a don Albert Rivera, al que entre zascandileo y zascandileo se le apareció la virgen en forma de abulia descerebrada por parte de los dos grandes viejos partidos de la política patria y lo encumbró en una situación de privilegio a la que llegó sin méritos verdaderos. O sea, lo archisabido de "en río revuelto..."

Por obra y gracia de la aparición mariana, a don Albert le bastó abrir de par en par sus compuertas por la derecha y por la izquierda para abarrotar el anaranjado patio de su casa de ilusiones votadoras desenamoradas, desilusionadas, hastiadas, fastidiadas y aburridas. Pero donde no hay, no hay... Véase, si no, la nada constructiva última malicia, absolutamente ajena a cualquier asunto de gobierno y solo propia de la tribu de los nebulones, respecto a una tesis doctoral que a nadie le interesa más allá que como arma de destrucción política. Esta última actuación de don Albert, a todas luces impropia, le costará más de un zasca, me temo. Pero, en fin, al Cesar lo que es del Cesar...

A veces, cuando sus impresentables señorías --sálvese quien pueda-- se empeñan en demostrar a qué dedican su precioso tiempo, uno no puede evitar identificarse con Mark Twin y, como él, lamentar profundamente que Noé y toda su comitiva no hubieran perdido el barco. Porque, seamos sensatos, ¿es de recibo que las trescientas cincuenta almas del congreso dediquen todo su tiempo remunerado a veleidades basadas en destruir adversarios en lugar de a construir patria, pasare por donde pasare este objetivo? ¿Cuánto terminará costándonos a la ciudadanía que buena parte de sus trescientas cincuenta señorías dediquen todo su esfuerzo a ajaspajas e intrascendencias filateras a propósito de la calidad de sus respectivos trabajos académicos?

Las necedades, especialmente las impropias, hieren y, por acumulación, la última mata, así que manténgase ojo avizor don Albert con el "ándeme yo caliente, y ríase la gente..." de don Luis y con el vulnerant omnes, ultima necat, al que se refiere el título de este artículo, no sea que su última torpeza haya sido la gota que ha colmado el vaso y que en el anaranjado patio de su casa, que no es particular porque cuando llueve se moja, como los demás, termine produciéndose un desalojo en tropel de almas cansadas, hartas, aburridas y ahítas de boutades y chascarrillos de dudoso gusto y elegancia.

Todos, alguna vez, hemos sido sujetos, activos o pasivos, de la vesania de las horas y/o las gotas que van hiriendo mientras se acumulan, y de la última hora y/o la última gota definitiva que sella y sanciona la disrupción por separación, alejamiento, pérdida y/o muerte metafórica o real. Caray, se me acaba de ocurrir que quizá fuera una afirmación como esta la que llevó a Monsieur de La Fontaine, el ilustre fabulista de El Lobo y el cordero, a sentenciar que, a menudo, las personas encontramos nuestro destino por el camino que tomamos para evitarlo. Preclaro don Jean.

El ejercicio profesional de la actividad turística no tiene bula respecto del adagio vulnerant omnes, ultima necat y, basándome en ello y en la sabiduría de Jean de La Fontaine, se me antoja inteligente --y útil-- que el flamante "comité de crisis" nombrado por nuestro consejero Fernández Hernández para "comprender" los resultados turísticos al alza y a la baja habidos al cierre de la temporada alta en los destinos turísticos andaluces, vigile el no caer en el histórico craso error de insistir aún otra vez en la deletérea ligereza histórica de pretender comprender los hechos basándose en la lectura de la naturaleza de sus síntomas, sino basando sus esfuerzos en comprender los hechos por la naturaleza de sus causas.

¿Tan difícil resulta comprender que limitándonos a bajar la fiebre nunca curaremos la infección?