Al final de nuestros días, seremos totalmente conscientes de que, por encima de los grandes proyectos y del largo plazo, la vida tendrá sentido por sus instantes. La esencia resaltará sobre todas las cosas y, alzándose sobre la morralla de nuestra trayectoria, florecerán únicamente los momentos: Un abrazo, un café, una copa de vino, una carcajada, una lágrima, una pérdida, una duda, una despedida, una segunda oportunidad, un apretón de manos o una esperanza. Esos detalles o matices colorean nuestra escalera vital y son los únicos capaces de conformar un bello desenlace.

Quienes se dedican al mundo del cine, directores y guionistas, bien lo saben. Y es por ello que se esmeran y son capaces de cribar con profesionalidad, recortar la paja y regalarnos historias limpias, puras, sobradas de nada. Eso, como ustedes estarán pensando, también es tarea del escritor a secas, no les digo que no. Pero el guionista, el profesional del cine, además, tiene la ventaja de saber jugar con las imágenes, de construir las historias con la atractiva argamasa del celuloide. En cualquier caso, a fin de cuentas, director, guionista, escritor, ¿qué más da? No pretenden más que servir a las historias que se nos regalan. Porque, ¿qué sería de la vida sin el aderezo de las historias? ¿Qué importa si reales o ficticias? ¿Cuántas veces han rememorado tal o cual escena de su película favorita, o releído este fragmento o aquel de su novela predilecta para dar forma, para recrear y volver a dar vida en su cabeza, por un instante, a los protagonistas que la representan? Todo, todo se reduce a momentos. El «yo soy tu padre» de Vader, la caída de la escalera de Juvenal Urbino, la conversación de Guillermo de Baskerville con Jorge de Burgos, el inolvidable «Iniesta de mi vida» o el desgarrador «la otra torre, Ricardo, la otra torre». Insisto, al final de todas las cosas, todo se reducirá al lapso y tendrá sentido aquella máxima de menos es más. Es por ello que, a fin de otorgar calidad, la Literatura no entiende de mayores o menores extensiones. Si una novela, evidentemente, tiene sentido en sí misma, también, con la misma evidencia, lo tiene el cuento, el relato o el microrrelato, constituyéndose estos últimos como un particular y revelador ejercicio de clarividencia por parte del autor.

No es tarea fácil engarzar sobre un par de líneas la esencia de una sensación y salir airoso. No es fácil. Salvo que tu nombre sea Manuel Ramos, guionista, director cinematográfico y escritor sevillano que, el próximo día veintisiete de septiembre, a las 19.00 horas, presenta Pequeñas historias anónimas en la Casa del Libro de Málaga. Un delicioso crisol o compendio de sensaciones que, a modo de montaña rusa, nos arroja de la carcajada a la inquietud, de la soledad a la ternura, del miedo al vacío. A través de seis cuentos y sesenta y siete microrrelatos, Manuel nos fuerza, sin que apenas nos demos cuenta, a identificar nuestras emociones con las de sus personajes. Sin prejuzgar, por supuesto. Sin censura. Brindando por los blancos, por los negros y por los grises. Así es la vida y así nos configuramos las personas. Como una impredecible y variopinta paleta de gamas totalmente ajena a la terrible e inhóspita homogeneidad militarista del 1984 de Orwell. Y es que, a pesar de ello, a pesar de que cada persona constituya un universo, los sentimientos, los motores vitales, el amor, la ironía, el sexo y la muerte, son capaces de calar en cualquier cultura, en cualquier ecosistema, en cualquier lector. Es por eso, por el extraordinario don con el que Manuel es capaz de encontrar la ratio del instante o de diseccionar el sentimiento, por lo que su obra literaria ha traspasado las fronteras nacionales hasta llegar a Ecuador o a Cuba, donde su novela histórica Tres cipreses está siendo adaptada a radionovela.

No me queda más que convocarles a compartir, de la mano del autor, una tarde, un instante, un tramo, un momento íntimo que, aderezado por las letras, es posible que goce de la capacidad de quedar tallado en la memoria de sus días. Allí nos veremos. No se arriesguen a perdérselo. Será sólo un momento. Pero un gran momento.