La prensa es hoy un perro flaco. Y sus enemigos lo saben. Los enemigos de la prensa son todos aquellos que quieren imponer su verdad. Aquellos que no admiten la crítica. Aquellos que se niegan a someter sus afirmaciones y sus actos al filtro de la veracidad. Ese filtro, esa prueba del algodón, es precisamente el trabajo de la prensa. La prensa está malherida y está sometida a una lucha a muerte en desigualdad de condiciones. Los enemigos lo saben y han redoblado la fiereza de sus ataques. «Os comería solo por el gusto de poder vomitaros». En estos términos se dirigía a los periodistas Beppe Grillo, actor cómico -payaso, se podría decir-, político, líder del movimiento ultrapopulista Cinco Estrellas. No es el único en Italia que ha declarado la guerra a la prensa. Un exdiputado del mismo movimiento definió a los periodistas como «putas que ni siquiera se prostituyen por necesidad, sino por cobardía». Esos exaltados de lengua fácil ya no son unos aislados antisistema. Ahora son el sistema. El vicepresidente del gobierno y correligionario de Grillo, Luigi di Magio, acaba de anunciar una ley de medios. No es difícil imaginar cómo será esa ley, viniendo de alguien que acaba de proclamar en un artículo: «Se definen a sí mismos como periodistas, pero no son más que ínfimos chacales». Parece contradictorio que alguien utilice el periodismo para arremeter contra el periodismo. Pero no hay que dejarse llevar por la apariencia. Di Magio, efectivamente, escribió un artículo, pero no en la prensa, sino en las redes sociales, la gran plataforma utilizada por los que quieren imponer su verdad. En el mismo texto, anunciaba «el fin de la prensa tradicional» y que el Estado italiano iba a dejar de subvencionar a los medios. Han descubierto que ya no nos necesitan. Desde Donald Trump -que se permite echar a un periodista de la CNN de la Casa Blanca, como si fuese su casa- hasta el vicepresidente del gaitero Hevia en la SGAE, quien, tras pedir que les dejaran lavar los trapos sucios dentro de casa [opacidad], desafió a los periodistas en una rueda de prensa: «Luchamos contra ustedes». La batalla se libra en todos los frentes. Una alta autoridad de la Universidad española, al referirse este mismo curso a los escándalos de los másteres, doctorados y tesis, intentó excusar a la inmaculada alma mater, amparándose en «la perversa caja de resonancia de los medios de comunicación». El gran poder de las redes sociales -en manos de sospechosos oligopolios- ha sido aprovechado para crear confusión sobre a quién corresponde el derecho fundamental a la libertad de expresión. Es claro y nadie lo debería poner en duda: el ciudadano es el único que puede disfrutar de ese derecho. Como es muy difícil ejercerlo de forma individual, tradicionalmente lo cedía la prensa, mera depositaria, a la que con la misma facilidad se lo podía quitar, cambiando de periódico, de emisora de radio o de canal de televisión. Hoy se intenta imponer el espejismo de que, a través de las redes, uno mismo puede ejercer su libertad sin intermediarios, sin depender de nadie. Y es verdad, pero no me negará que al final quienes tienen esa libertad son los 'influencers' -deportistas, cantantes, cómicos-, los políticos -Donald Trump, los mencionados italianos y los españoles en los que está pensando- o incluso estrellas de la televisión -tan conocidas que no hace falta mencionarlas-, todos con millones de seguidores en las redes sociales. Usted y yo, que no influimos más que sobre cuatro gatos por más que nos desgañitemos, podemos hacer dos cosas. O confiar nuestro derecho a la información a esos personajes o concederlo a algún medio -tradicional o no- que nos merezca crédito, por muy mala prensa que tenga hoy día. Eso sí, en depósito, para poder quitárselo en cuanto detectemos que está haciendo un mal uso.