Difícil imaginar un diálogo contrapuntístico tan formidable, y en conciertos separados, como el de las 7 esculturas de Jaume Plensa y las 6 de Arne Quinze entre los palacios de Calatrava en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. No se hablan entre ellas, pero cabría pensar que a la voluntad de los rostros de afirmarse en materia, transfigurándose, de Plensa, responde Quinze haciendo volar, gracias a la levedad floral de las formas y el color, piezas de aluminio de buen tamaño. Emancipación de formas humanas y de transformados metálicos de su destino natural, gracias al gran arte; por más que el prodigio se vea favorecido por el marco milagroso creado por el poder escultórico de Santiago Calatrava, hoy caído en desgracia por su costoso gigantismo pero, en mi opinión, condenado a ser uno de los más grandes creadores plásticos de la interfaz de los siglos XX y XXI.