Seguramente tratar de predecir el futuro (o al menos interpretar el presente) a partir de signos en el cielo no dé mayores frutos que hacerlo observando el poso del café. La falta de resultados de tales empresas tal vez resida en nuestro propio afán de sacarle utilidad a todo. De este modo lo que yo estaba viendo en el cielo sobre mi cabeza ayer hacia las 8.35 no me decía nada, pese a tener todo el aparato externo de un prodigio. Pensemos en un cubrecama de nudos, un tejido grueso de color anaranjado, que al Este concluía en un embozo recto a partir del cual (o sea, más hacia el Este) la vista se precipitaba hacia un insondable azul todavía tenue, mientras al Oeste el tejido se desflecaba como si no quisiera tapar los pies. Pero era la poderosa luz del amanecer ya decidido la que transfiguraba todo, encendiendo el tejido. En el fondo buscarle significado a la visión sería sacrilegio.