Es obvio que lo ocurrido en Reino Unido es una victoria del populismo y del nacionalismo, o, si se prefiere, de la alianza entre las pasiones instantáneas del elector y los caldos rancios de la historia: cosas ambas más del cuerpo (o el corazón, si se quiere) que de la mente, más de la gente común que de «los políticos» y más del impulso que del análisis, o sea: como el ruido mismo de las redes.

El síntoma, en un mundo tan interconectado ya en sus grandes tropismos, vale también para España, y en mayor o menor medida será un acicate para los nacionalismos. Un síntoma también, quizás, del «miedo ambiente», que hoy se debe relacionar con el medio ambiente y el cambio climático: esa tendencia natural a refugiarnos en casa cuando se cierne sobre nosotros alguna calamidad. Simplemente así somos: cuando más falta hace una visión universal de los problemas nos metemos debajo de la cama.