Se nos viene un año con aspecto de vencimiento de préstamo hipotecario, números mágicos en un país en el que esas condenas de treinta años son las únicas que se cumplen, años en los que reposan los sueños cuando en la firma de la escritura preguntas: «¿Dónde estaremos en el dosmilveinte, Maricarmen?», pensando que en esta fecha mágica el futuro ya nos había atrapado con coches voladores y no que íbamos a seguir dándole vueltas a La Victoria buscando aparcamiento, sin éxito. Que Greta me perdone, pero me temo que el futuro no es para tanto: termina siendo una versión con más efectos especiales pero con menos pelo. Y con pantalones de campana, que vuelven, porque no hay plaga que no vuelva.

De un año que parece la medida de un azulejo de VPO sólo cabe pedirle tranquilidad, nada de sobresaltos. Un año de despacito y buena letra. Lo mismo que al presidente Sánchez; que me deje en paz con la trompetita, que este hombre es muy de la vehemencia de trompeta, de insistente con flauta dulce. Y si, al final, consigue hilvanar un gobierno subiendo elefantes a una tela de araña para que se balancee este país, que no se dé tanto golpe de pecho, porque él habrá sido el pardillo en la partida de póker después de haberse tirado diez manos preguntándose quién era. Y si no lo consigue, pues lo mismo pero cerrando por fuera, que hay corriente.

Pedir tranquilidad al futuro es casi pedir un imposible, pero ya puestos a ello, aprovechemos en éste, anodino de primer apellido. Así, les deseo lo mismo que al veinte doble le pido: un año entrante remansado y quietuno, de no contar sucesos ni toboganes, que ya nos cambiarán el guión. Con más pasiones que certezas, con tantas cerezas como flores, que sea un año con salud, comodón y manejable. Feliz veinte veinte, de corazón.