La poesía no es de quien la escribe sino de quien la necesita» le decía, con ardiente impaciencia por enamorar a su amada, el cartero a Pablo Neruda en la ficción. Ardiente impaciencia, ése es el título de la novela de Antonio Skarmeta, la que Michael Radford adaptó en la película en la que un frágil y ya enfermo del corazón Massimo Troisi (el actor murió durante el rodaje, no sólo se muere de coronavirus) hacía de cartero y le decía aquello a un tremendo Philippe Noiret, el actor que hacía de Neruda, que su poesía no era suya pese a haberla escrito, sino de quien necesitaba leerla, sentirla, apropiársela, usarla, como hoy, sábado de alarma y de quedarnos en casa y de crisis por coronavirus la necesitamos más que nunca.Viral

No sólo el virus se ha hecho pandemia viral. También este poema, felizmente: «Y la gente se quedó en casa. Y leyó libros, y escuchó, y descansó, y se ejercitó. E hizo arte. Y jugó juegos. Y aprendió nuevas formas de ser. Y se quedó quieta. Y escuchó más profundamente. Algunos meditaban, otros rezaban, algunos bailaron. Algunos se encontraron con sus propias sombras. Y la gente comenzó a pensar de forma diferente. Y la gente sanó. Y, en ausencia de personas que vivían de manera ignorante, peligrosas, sin sentido y sin corazón, incluso la tierra comenzó a sanar. Y cuando pasó el peligro, y la gente se encontró de nuevo, lloraron por los muertos, y tomaron nuevas decisiones, y soñaron nuevas visiones y crearon nuevas maneras de vivir. Y sanaron la tierra por completo, ya que habían sido sanados».Madison

De su autora, en este caso, por lo que he podido investigar, pocos saben. En algunas publicaciones de internet se dice, incluso, que es de 1800 y que el poema original se refería a la peste negra. No es así. En una revista norteamericana he podido leer una entrevista con la escritora, Kitty O’Meara, una maestra jubilada de Madison, una importante ciudad del estado de Wisconsin de unos 900.000 habitantes con amplias zonas rurales (¿recuerdan ‘Los puentes de Madison’?, pues esos bonitos puentes siguen estando en ellas, aunque no los paseen Meryl Streep y Clint Eastwood cogidos de la mano). Kitty vive con sus perros y su marido, Philip, también jubilado. Ambos son población de riesgo para Covid, el virus casi con nombre de perro. La señora O’Meara sintió la preocupación como una punzada cuando vio por la tele las primeras informaciones, las que hablaban de un virus parecido al que produce la gripe que había aparecido en una lejana región de China. Su preocupación fue casi profética y acuciante. Kitty había sido trabajadora voluntaria en cuidados paliativos y eso la marcó. Philip le dijo que para espantar la angustia escribiese. Se sentó y empezó así: Y la gente se quedó en casa...

Kitty

Fue su marido, Philip, quien comprobó que el poema de su mujer le seguía la carrera al coronavirus. Un día abrió su muro de Facebook y los versos de Kitty le llegaron para que los compartiese. Hoy, día mundial de la poesía, abriré el programa en la radio con él. No con la rabia. No con la impotencia. No con el pánico ni con la irresponsable e insolidaria indiferencia. No con el infantilismo. Nada de eso nos sirve de nada. Las mascarillas, las que hay y, sobre todo, las que no hay ya ni todavía, son de todos, pero más de quienes más las necesitan. Como los versos del cartero. Hay que exigir, pero no con la furia de pensar que los equipos de protección individual, los llamados epis, al igual que los guantes desechables, etc, escasean porque los de arriba en su maldad o escandalosa ineficacia e ineptitud nos quieren contagiados a los de un sitio más que a los de otros. Esto es muy serio. Nuestros héroes son hoy nuestros sanitarios, a quienes sigo aplaudiendo desde la terraza cada tarde a las ocho con lágrimas en los ojos.

Héroes

Como antes de estos días de coronavirus eran héroes, y lo siguen siendo, los policías que se enfrentaban con sueldos modestos a los asesinos, los jueces que soportaban los chantajes y amenazas de los narcos, los abogados de oficio que asistían a los detenidos, los microbiólogos que manipulaban virus y bacterias buscando medicamentos y vacunas, los bomberos que entraban en edificios en llamas para salvarnos, los militares que pisaban minas o los que montaban hospitales de campaña ante cada catástrofe humanitaria, y tantos otros que en su generoso anonimato permiten que los demás disfrutemos de un estado social y democrático de derecho que, con todos sus defectos y visto ahora en perspectiva desde la cuarentena, era mejor de lo que nos parábamos a pensar.

Podremos

Nos queda lo peor. No somos soldados. Somos capitanes. Cuando nos quedamos en casa y seguimos las normas de las autoridades, cada uno al máximo que pueda y siempre que no nos pidan lo irracional -inquietan 30.000 denuncias y 300 detenciones-, somos como tanques ante el virus. Toca estar unidos, aunque físicamente -y políticamente- estemos separados... Porque hoy es sábado.