La Policía ha intervenido en una pelea de gallos que se estaba celebrando en un barrio del norte de Málaga. Los agentes pillaron in fraganti a 32 personas que estaban metidas en un pequeño habitáculo donde también había numerosos animales. Joder qué agobio. Ofú, qué tropa.

Para estos, la vida sigue, qué duda cabe. Tampoco parece que las aficiones de algunos decaigan. Ni el negocio. Está uno confinado, confitado, elucubrando sobre el devenir de la civilización (y descifrando recetas culinarias) creyendo que el mundo está inerte y resulta que los gallos cacarean y pelean impelidos por quienes no se sienten concernidos por pandemia alguna. Ni por claustrofóbia que valga.

Es una buena metáfora. Una metáfora que nos cacarea en la cara el hecho de que algunos comportamientos no van a variar mucho. Habrá centenares de 'peleas de gallo' en estos momentos (reuniones, baretos, timbas, citas, etc. ) aquí y allá. Gente que se salta el confinamiento por inconsciencia, necesidad, irresponsabilidad o virus. Unos gallitos.

No parece que las peleas de gallos sean actividades esenciales o estén autorizadas por el Gobierno, si es que no tomamos como tales las que tienen lugar en el Congreso de los Diputados o en la arena política. Estas peleas públicas incluyen también gallinas. Y apuestas. Ahí va una: pocos líderes van a sobrevivir políticamente a esta pelea. Y todos van a salir con la cresta picoteada. Y las alas de la credibilidad un poco amputadas.

El otro día decía Pablo Casado en una entrevista que «la labor de Ayuso y Almeida demuestra que hay alternativa». Daban ganas de responderle: «al liderazgo en su partido». Por ejemplo. No es privativo el comportamiento irresponsable de algunos sectores de la diestra. De la izquierda hay para hablar y no parar. Aunque eso más que una lucha de liderazgos es una guerra de egos. No sé a quién de estos confiaría usted el dinero de una apuesta.

Dan ganas de votar en las próximas a un gallifante. A un gallo. O al exministro Margallo.