El Estado autonómico tiene 40 años, pero la cogobernanza no ha existido nunca, para qué engañarnos. Es como si la dialéctica inicial de dicho Estado, a lo largo de muchos años de tira y afloja entre la exigencia autonómica y la resistencia del poder central, hubiera marcado para siempre el carácter de los actores, del modo en que lo hace la infancia en las personas. Hay constituidos decenas de consejos y comisiones sectoriales, pero la cooperación es otra cosa, un espíritu colaborativo de trabajo que anima y permea el funcionamiento de todo el sistema. De hecho ha habido que inventar otra palabra (cogobernanza) ante el descrédito de la que era más propia (cooperación). Si la Covid-19, tras el autoritarismo imputado a la primera alarma y el caos autonómico al ser levantada, nos dejara una praxis política de cogobernanza, sería una herencia estimable. Lo malo es el precio pagado.